La pandemia del covid-19 nos está poniendo a prueba a todos como sociedad y como ciudadanos.

Está siendo un órdago, por un lado, a nuestro sistema sanitario, público y privado, al que su personal está haciendo frente con una profesionalidad y dedicación encomiables. Por ellas les deberemos siempre la gratitud que intentamos hacerles llegar cada tarde con aplausos desde la reclusión de nuestras casas.

Está llevando al extremo nuestra red asistencial, también pública y privada, especialmente de personas ancianas y dependientes, pero también de otros colectivos vulnerables. Logra, en general, aguantar, pese a no contar en demasiadas ocasiones con los medios y apoyos necesarios, y verse sometida a una exigencia sanitaria que excede su función y concepción.

Está enfrentándonos con nosotros mismos y nuestra capacidad de arrimar el hombro con empatía y ayuda a nuestros vecinos cercanos o no tanto a través de diversas iniciativas, con resiliencia extrema en el caso de quienes sufren la enfermedad o pierden a un ser querido en forzada distancia, y mucho más asumible en el de quienes tienen en el confinamiento el mayor contratiempo de esta crisis mundial.

Pone a prueba a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado -siempre preparados para responder incluso ante lo imprevisto-, administraciones, instituciones y políticos (con claroscuros por uno y otro lado que no toca analizar aquí y que espero finalmente no supongan un coste añadido a esta ya gravísima situación).

Empresas puestas a prueba

Y está poniendo a prueba a nuestras empresas, al tejido productivo del que depende que podamos contar con gran parte de los productos y servicios que necesitamos, y con la inmensa mayoría de los empleos que nos proporcionan los recursos para acceder a ellos y sufragar los servicios públicos.

Aplausos y gratitud debemos también a todas las empresas, empresarios y trabajadores, que forman parte de los sectores denominados hoy esenciales: agricultores y ganaderos, industria alimentaria, de productos sanitarios y otros, transporte de mercancías y viajeros, distribución y comercio de alimentación, farmacias, energía, telecomunicaciones, limpieza…

Y también los merecen todas aquellas que están intentando salvarse, sostener el negocio y los empleos, sin ningún o apenas ingresos bien por cierre o por debacle de la demanda, ambos derivados de decisiones gubernamentales nacionales o internacionales, justificadas por la protección de la salud, pero no por ello menos costosas en términos económicos y laborales. Este intentar aguantar tirando de recursos propios, de ahorros, de los beneficios de inversiones que seguro que en algunos casos hubo que defender que no eran gastos, de endeudamiento a futuro y costes como si nada hubiese pasado…

Ambos grupos, las que trabajan en una situación terriblemente compleja y las que se han visto abocadas a suspender su actividad, son muestra de la primera y primigenia solidaridad empresarial, del valor social de las empresas; tan fundamental para la sociedad como vilipendiado por parte de esta y, con gran irresponsabilidad, por algunos políticos.

En Aragón -y en España-, las empresas y empresarios: grandes, pymes y autónomos, están luchando al máximo por superar este desafío del covid-19 y sus consecuencias económicas, reclamando apoyos que no siempre llegan en tiempo y forma, y que beneficiarían sí a sus negocios, pero también al conjunto de la sociedad.

Sumado a ello, algunas (muchas) están sacando, además, lo mejor de sí, al igual que muchos ciudadanos. Unas han reorientado toda o parte de su actividad, reconduciendo su producción hacia equipos de protección y material sanitario cuya demanda se ha disparado exponencialmente. Otras llevan a cabo iniciativas solidarias diversas, desde repartos de comidas y bebidas a sanitarios y transportistas hasta donaciones monetarias o en especie para que Aragón pueda adquirir, en un mercado internacional convertido en zoco, los equipos en los que va en parte la vida de muchos enfermos y trabajadores de primera línea contra el virus.

Muchas de ellas lo están haciendo a través de Aragón en Marcha, una iniciativa que coordina CEOE Aragón con el Gobierno autonómico y que es otra muestra de la utilidad del diálogo social. Gracias a ellas, estamos trayendo a la comunidad una ingente cantidad de material sanitario indispensable para nuestro sistema de salud, se ha logrado una producción aragonesa estable de equipos de protección individual e hidrogeles, y se avanza en prototipos de sistemas de aire y respiración.

Por todo y a todas, les doy las gracias; por donar, por producir, por seguir en marcha y por aguantar el tirón. En suma, por demostrar la responsabilidad, el valor y el compromiso de las empresas con nuestra sociedad porque, con o sin covid, esto no tiene que parar y, con el esfuerzo de todos, pasará.