Lo más chocante de este caso es, sin duda, que uno de los acusados, Santiago Becerril, mantuvo hasta sus últimas consecuencias que había pagado una comisión ilegal (aunque al principio él no fuera consciente de que lo era) a García Becerril, en sobres con billetes de 500. Y que este le decía que eran para repartírselos con «el consejero, ese de barba», identificado como Escó.

El fiscal no se cansó de subrayar que esa confesión, mantenida ante la Policía cuando le interrogó, ante el juez instructor y en el propio juicio, dio origen a todo el caso y tenía un valor extraordinario, ya que, sin ella, el mismo Becerril se hubiera librado del banquillo. Y con él, sus compañeros.

García Becerril, como es lógico, negó haber recibido nada, y sus abogados señalaron incoherencias en el resto de su declaración policial, al atribuir extracciones de dinero a pisos que aún no se había comprado en aquella época (2004). Los letrados también señalaron que la confesión le reducía la petición de pena.

Y el jurado (7 de sus 9 miembros) concluyó que tanto valía la palabra de uno como de otro, que no era prueba suficiente.