José Litago ha tenido que esperar bastante, nada menos que 103 años, para vivir el que ahora mismo recuerda como "el mejor día" de su vida. Su localidad natal, Valtierra, en Navarra, le rindió tributo con un homenaje en el que le regalaron "un escudo del Gobierno de Navarra y una carta de un ministro, que no pudo venir. También hubo una coral que cantó muy bien", recuerda, satisfecho.

Ayer le tocó el turno de celebrarlo en su ciudad de adopción, Zaragoza, en la que ha pasado la mayor parte de su larga vida. Con su hija María Luisa, su yerno Carlos, sus nietos Carlos y Raquel y sus biznietas Nadia y África. Todos le recordaron la admiración que sienten por él y por cómo se conserva. "De cabeza está bastante mejor que yo", presume su hija. La conversación con José así lo confirma. Rodeado de las maquetas de los carruajes que construyó, para recordarse su profesión de toda la vida, el centenario trata de quitar brillo a su estado de salud. "Uno con tantos años anda mal de la vista y el oído, me es difícil seguir una conversación. Pero no estoy mal", admite.

Su hija revela que de eso, nada. Sigue siendo un fiel lector de diarios, "aunque sea de los titulares, con las gafas", que un vecino le acerca cada día. Y no se pierde un informativo de televisión, aunque sea con subtítulos ahora que el oído no es lo que era. La edad tampoco lo mantiene encerrado en casa, ni mucho menos. "Si hace buen día, aún me saca a pasear la hija a las seis, un par de horas", asegura. "Me lleva al Pilar, que me gusta mucho, hemos ido al Portillo... sitios elegantes", presume Litago.

Hace poco tuvo que pasar por el taller, explica, y no deja pasar la oportunidad de mostrar su agradecimiento al personal del centro de San Juan de Dios, por sus cuidados. Pero ayer los cuidados le llegaron de su familia, que no quiso perderse la oportunidad de celebrar con el abuelo la proeza de alcanzar los 103 años en un estado de salud "envidiable".