Zaragoza tiene desde mayo del 2007 una zona verde que triplica al Parque Grande José Antonio Labordeta, que cuadruplica al del Tío Jorge y que el ayuntamiento lleva diez años sin querer recepcionar. Con 700.000 metros cuadrados de superficie, es el segundo parque más extenso de la capital aragonesa, solo superado por el del Agua (tiene 120 hectá- reas, 50 más) y costó construirlo, al menos 17,5 millones de euros. Ni siquiera los tuvo que poner la ciudad, ya que otros se ocuparon de hacerlo. Y hoy languidece porque cuesta mucho mantenerlo, más de lo que se pensaba cuando sus autores, Pedro Tejero Garcés y Ruiz Tapiador, lo diseñaron.

Este es el parque lineal de Plaza, 70 hectáreas con 4 kilómetros de longitud pegado al Canal Imperial de Aragón. Un jardín con varios iconos diferenciados que hoy sobreviven a su primera dé- cada de existencia en un entorno difícil, como es la Plataforma Logística de Zaragoza, para atraer a miles y miles de visitantes. Asemejarse en afluencia a otros espacios verdes de la capital aragonesa, mucho más pequeños, es muy complicado. Y quizá por ello nadie quiere asumir su cuidado.

Por eso su imagen actual, con enormes calvas en la extensa alfombra verde que dibujan sus 12 kilómetros de senderos. Con 8.000 arbustos plantados y 5.000 árboles incapaces de dar sombra alguna. Y un enorme lago con embarcadero prácticamente dejado a su suerte. O una cafetería contigua a este, vandalizada, que nunca abrió pese a contar con una terraza única en toda la ciudad, formada por mesas fabricadas en piedra de Calatorao.

Este parque está obligado a reinventarse porque ya ha pasado por todos los estadios posibles en solo diez años de vida. Desde el estreno inicial, en mayo del 2007, que atrajo a un buen número de visitantes que hoy acusan su lejanía respecto a las zonas pobladas.

Estar junto a un montón de naves industriales y empresas asentadas en Plaza nunca fue concebido para crear un entorno diferente a lo que ya existía en Zaragoza. Su creación estuvo motivada por una sola razón: se trataba de concentrar toda la reserva de suelo para zonas verdes en un único punto, al norte de la plataforma logística y pegada al Canal Imperial de Aragón.

VÍCTIMA DEL VANDALISMO

Este parque lineal, que conecta con Valdefierro y con Garrapinillos por la carretera del aeropuerto tiene un buen número de iconos que lo hacen reconocible para los zaragozanos, aunque no todos los conocen y pese a que han ido perdiendo su belleza original. Quizá la más importante sea la bautizada como Atalaya, una estructura metálica de 13,6 metros de altura, 21 de diámetro con una rampa en espiral que conduce a la cima y que se ha ido plagando de pintadas poco a poco, de grafiteros y parejas de enamorados aficionadas a rotular en el mobiliario urbano. Esto pasa en cualquier parque de la capital con otras esculturas. La diferencia es que en este no lo limpia nadie.

También languidecen los tres laberintos creados en esta macrozona verde de Zaragoza. Uno bidimiensional, otro solar y otro barroco. Pocos parques de la ciudad pueden contar con elementos tan dados al entretenimiento y tan originales. Pero eso tampoco le ha proporcionado más visitantes a lo largo de una década. Más bien, en algunos casos, han sido utilizados como refugio de quienes los han aprovechado para sus comportamientos incívicos o para llenarlos de suciedad impunemente.

Otro de sus espacios más reconocibles es la denominada Plaza de las Cinco Culturas, una composición escultórica en acero corten que ha soportado mejor el paso del tiempo, aunque también ha hecho mella en sus columnas. Porque al final el olvido y el abandono se contagia por todo el recinto. Y los usuarios no siempre han ayudado lo suficiente.

La situación que atraviesa este gran parque de 70 hectáreas se remonta a las diferencias que durante años vienen manteniendo el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza. El consistorio nunca ha querido recepcionar esta zona verde que construyó la sociedad Plaza, en la que la DGA tiene el capital mayoritario pero que compartían junto a Ibercaja y la asociación que representa a las empresas instaladas en la plataforma logística. Esta asumió los costes de su construcción pero nunca se mostró dispuesta a financiar su mantenimiento. Una conservación que, una vez terminado, se vio que sería cara, cercana al millón de euros al año.

Así que cuando se planteó quien correría con esta factura el ayuntamiento declinó la entrega. Y empezaron los problemas para el parque. El paso del tiempo evidenció otros nuevos, como el que tiene el sistema de riego que debería mantener reluciente el césped y no lleno de calvas. Los estudios técnicos han detectado que tiene una deficiencia estructural. En algún punto pierde agua y las cantidades que hacen falta son privativas.

SÍ PERO VALLADO

De hecho, el elevado coste de su mantenimiento llevó a la DGA a aplicar un recorte severo en la conservación. Ya hace dos legislaturas se decidió rebajarlo a un tercio de lo que se previo. En la actualidad, se destinan «unos 260.000 euros al año» a su cuidado, según aseguraron fuentes oficiales de la sociedad Plaza, que es la que ha asumido ese rol para no dejar morir una inversión de casi 20 millones de euros. Además, destaca que de ellos «la mitad se destina al agua» que riega su superficie.

El último intento con el ayuntamiento fue ofrecérselo como pago del 5% del aprovechamiento urbanístico que le correspondía a la ciudad por levantar Plaza en suelo municipal. También se rechazó. La ciudad pide el dinero, no un parque que cuesta tanto mantener.

En paralelo, la DGA se lo planteó también a las empresas. Que fueran ellas las que asumieran esta factura era una solución. La respuesta fue contundente: si lo pagaban ellas lo vallarían. El dinero privado, para usos privados y bajo control. Difícil decir que sí a esa contraoferta. Porque la Administración no quiere cuidarlo pero tampoco perderlo.