Cientos de personas se concentraban ayer en el Rectorado de la Universidad de Lérida junto a Pablo Hásel para impedir su detención. A escasos veinte metros, una furgoneta roja salía de forma desapercibida del museo diocesano con 23 piezas de escaso valor de las obras de arte sacro aragonesas con destino a Barbastro. La indiferencia popular contrastaba con la oposición mostrada en diciembre del 2017, con otro tesoro artístico injustamente retenido en Lérida. Esta indiferencia demuestra el cansancio que empieza a generar el asunto. A su llegada, solo políticos, guardias civiles y periodistas.

Lo que demuestra también que este largo y desagradable asunto nunca ha sido de gran preocupación en la zona agraviada. Pero ha servido para enturbiar relaciones ante la contumaz desobediencia leridana. Encomiable ha sido el esfuerzo de las autoridades aragonesas, más laxas cuando se trata de otro patrimonio robado o emigrado. Lérida sigue haciéndose la remolona pero acabará cediendo por las buenas o las malas. Eso sí, las sentencias vaticanas decretaban que volvieran a sus parroquias de origen, muchas de ellas ya inexistentes. Muchos llevamos más de dos décadas informando sobre un pleito que, lo mejor que puede pasar, es que se acabe ya.