Veinte años después de que el cuerpo de Eduardo Montori, alias Falconetti, apareciera decapitado, calcinado y cosido a puñaladas sobre el suelo de su casa de Ejea de los Caballeros, la Audiencia Provincial de Zaragoza pudo, ayer, juzgar al sospechoso del mismo: Pablo Miguel Canales. Una nueva técnica aplicada por el laboratorio criminalístico de la Guardia Civil fue la responsable de que se haya podido poner cara al presunto autor de este macabro crimen, si bien el encausado mantuvo ante el jurado popular que la investigación «es un copia y pega» de la Guardia Civil «que quieren medallicas».

A pesar de todo el tiempo transcurrido, Canales sorprendió en su declaración, aunque no porque admitiera su autoría, sino porque contestó a las preguntas de la acusaciones y de su abogado defensor como si los hechos, por los que se enfrenta hasta a viente años de prisión, hubieran ocurrido anteayer. En ningún momento expresó un «no me acuerdo» e intentó hacer pensar que su argumentación era espontánea, que no era un relato de hechos aprendido. No titubeó en sus contestaciones, llegó a tutear al magistrado presidente del tribunal y empleó coletillas para transmitir cercanía. Incluso miró a los miembros del jurado mientras daba sus explicaciones.

AMISTAD / El procesado rechazó hasta en tres ocasiones consecutivas mediante la palabra «jamás» que fuera el asesino de Eduardo Montori. Alegó que era como «su hermano mayor» y que, por tanto, ni discutía con él. Describió una relación entre ambos protagonizada por el consumo de cocaína y por las noches en clubes de alterne. «Cuando yo no tenía, Eduardo me daba un gramo y al revés», señaló Pablo Miguel Canales, mientras aprovechó para negar que los dos se dedicaran al tráfico de sustancias estupefacientes.

Canales trató de demostrar su cariño por la víctima refiriéndose al mismo por su nombre y llegando a proferir afirmaciones como: «Y que en gloria esté». Al mismo tiempo, y siempre cuando las preguntas giraron sobre su supuesta autoría, el enjuiciado dibujó a su «hermano mayor» como una persona que «tenía fregaos con todo el mundo». «Pensé que hasta había cortado la cabeza a otra persona para que no le identificaran y que se había marchado a Venezuela», apuntó.

Como ejemplos de ello, aseveró que «estaba a punto de ingresar en la cárcel de Zuera por vender material de construcción que le habían alquilado» y que «llegó a vender 5.000 lentejas a un pastor de Calatayud como si fueran pastillas de éxtasis». Recordó que en el momento en el que su madre o su exmujer le dijeron que habían hallado muerto a Eduardo Montori pensó que podía tratarse «de los de Pamplona», en referencia al dueño de un bar al que le había comprado cocaína y al que pagó con un cheque «que luego resultó ser falso». «Yo le decía ten en cuenta que algún día te van a clavar algún palizón», recalcó.

PRUEBA / A lo largo de su testimonio insistió en que él no debía de estar sentado en el banquillo y que todo era porque «el caso estaba a dos meses de prescribir», que todo era para que la Guardia Civil «se pusiera medallicas».

Una argumentación que le rebatió desde la acusación el abogado Javier Notivoli, apuntando que eran «diez meses» y poniendo en cuestión los intereses que, según el acusado, tendrían los agentes de la Benemérita. Esto no hizo callar a Canales, quien añadió que los agentes le «tiene animadversión» porque siempre «les ha insultado». «Llegué a empotrarme una vez en el cuartel porque decían que querían hablar conmigo», señaló. También rechazó la nueva prueba, ironizando que si estuviera su huella palmar con sangre «solo hubiera faltado que su firma estuviera en la pared de la escena del crimen».