Óscar Bazán observa con interés los primeros trabajos en su terraza. Un albañil va a cambiarle la tela asfáltica para acabar con las filtraciones y, de paso, le instalará una rampa por la que poder acceder a la galería.

Recostado en su silla de ruedas, de la que no se separa desde que hace años le diagnosticaran ataxia (desorden del sistema nervioso central que le afecta a la movilidad y al habla), repasa la serie de obras que ha tenido que hacer en su vivienda de protección oficial. Se la vendieron como adaptada, pero lleva tiempo conquistando espacios vedados por las barreras arquitectónicas. "Para poder pasar del salón al invernadero tuve que mandar tirar el murete que los separaba y rebajar el ventanal. Un mes estuve esperando el permiso de la DGA. Luego vino la elevación del suelo para instalar ahora la rampa en la esquina. Es una obra considerable y cuesta mucho dinero. No hay derecho".

El resto de su casa, un bajo en el barrio de Valdespartera, es un tablero repleto de casillas que obligan a retroceder. Tiene dos cuartos de baño, "pero entrar al pequeño, con la silla, naranjas de la china", sentencia con amargura. Él utiliza el grande. Desde que le quitaron la bañera y mandó instalar varias barras ya es otra cosa, aunque las llaves del agua están muy cerca del techo y el pie del lavabo le impide arrimar la silla para asearse. Su dormitorio conserva el escalón infranqueable al invernadero. Y no recuerda cuándo fue la última vez que salió a la galería de la cocina. Al abrir la puerta aparecen volcadas en el suelo dos macetas con aloe vera. Por la huella de arena alrededor suyo, ya llevan tiempo así. El murete del suelo y las estrecheces le impiden disfrutar del jardín de la comunidad. "A veces bajan los vecinos porque se les ha caído la ropa y pasan a recogerla", comenta resignado.

Mientras rebusca en una carpeta los papeles del Toc-Toc, explica por qué no reclamó cuando descubrió que su casa era como las demás. "No sabía cuándo iba a entrar a vivir para hacer los arreglos y luego no pedí ayudas porque si lo hacía, me lo quitaban de la subvención para la silla". De la obra se encargó Hermione Construcciones SL, que como tantas otras, desapareció por el sumidero de la burbuja inmobiliaria. Lo cierto es que la normativa sobre accesibilidad y supresión de barreras arquitectónicas no regula con detalle cada espacio de la vivienda para evitar que en los pisos de nueva construcción sigan apareciendo obstáculos, pese a que por ley un 3% de los pisos VPO se reservan para discapacitados. Y, en todo caso, las terrazas se excluyen de esa obligación de adaptación por ser "elementos privativos".

A Conchita Bordonada casi le da algo cuando entró a su nueva vivienda, un cuarto piso a la entrada del mismo barrio. "Me mudaba a un piso adaptado para independizarme de mis padres y me encontré una casa llena de barreras". Escalones, la bañera, las puertas, el acceso a la galería- "Me informé y les dije a los de la cooperativa que eso así no podía ser, que me lo tenían que adaptar y sin que me costase un duro". El arquitecto, un señor mayor, en un principio le puso muchas pegas. "Luego vio los problemas que había y me pidió perdón. Me dijo que en los años que llevaba de profesión nadie le había avergonzado de esa manera", recuerda.

Detalles

Más suerte tuvo Juan Manuel Ayoza, quien se mueve en silla de ruedas. Su piso, a un par de manzanas del de Conchita, está perfectamente adaptado. "Tardaron en concedérnoslo, pero luego no encontramos problemas. Pequeños detalles como las barras y las agarraderas no es útil instalarlas de serie porque cada discapacitado tiene unas necesidades diferentes". Donde sí encuentra pega es en el acceso a las viviendas de su bloque. "Cada portal tiene su rampa. Habría sido mejor construir una para todos, porque al haber tantas, ocupan mucho espacio y tienen una pendiente complicada. De hecho, una señora reclamó al Justicia porque no puede remontar la cuesta", apunta.