Los abrazos, los besos, las manos tendidas seguirán sin ser el paño de lágrimas de quienes han perdido a un ser querido. La pandemia del covid-19 mantiene coartada la libertad de reconfortar el dolor, pero no en poder dar el último adiós gracias a que la batalla contra este virus se está ganando. De ahí que el pasado lunes ya se puedan realizar velatorios y funerales. Pero con restricciones.

Para preservar los espacios y evitar cualquier contagio, el tanatorio municipal de Zaragoza ha extremado las medidas de prevención hasta el punto de que la temperatura de la persona que accede al edificio es controlada por una cámara térmica instalada en el acceso.

El director de estas instalaciones, que son gestionadas por la concesionaria Serfutosa, Carlos Lobera, explica que este dispositivo controlado por un agente de seguridad privada mide los grados corporales de toda la persona que accede al tanatorio. «Si se diera el caso de que entrara una persona con más de 37,5 grados le diríamos que, por favor, se pusiera guantes, mascarillas y que extremara la limpieza para evitar contagios», señala.

Esa idea es repetida como un mantra por parte de Lobera, quien señala que el tanatorio «no puede ser un sitio de transmisión del covid-19, sino un espacio de reunión para despedir de los seres queridos». «Al inicio de la pandemia hemos trabajado mucho, tanto de día como de noche con las incineraciones, pero teníamos la espinita de no poder acompañar a esas familias que tenían la necesidad de despedirse de los fallecidos y que no podían», señala.

Ahora ya se pueden velar cadáveres con un máximo de diez personas en el interior de estos espacios. «La gente lo respeta, el lunes tuvimos dos, el martes cinco y el miércoles ocho y nadie pone pegas porque saben que muchas personas no han podido hacer lo que ellos están haciendo, hay mucha resignación», recalca Lobera. Ha tenido días con 28 cremaciones cuando, de media, suelen realizar nueve.

Pero la limitación del aforo no es la única medida de seguridad puesta en marcha en el tanatorio de Torrero, ya que cada velatorio es desinfectado con ozono cuando finaliza el servicio, a la puerta de cada uno hay instalado un dosificador de una solución hidroalcohólica y están limitados los movimientos en las zonas comunes. Las visitas son dentro. Lejos están ya las clásicas imágenes de amigos y familiares en los sofás de los pasillos consolándose mutuamente. Unos asientos que, por cierto, están precintados.

También están señalizados a modo de carriles las escaleras y los pasillos para que las personas que deambulen por las instalaciones tengan el menor contacto posible. También en los cortejos, limitados a un máximo de 15 personas.

FUNERALES

Los funerales y las ceremonias civiles también están limitadas en esta primera fase. Está permitido un tercio de la capacidad que tienen las salas con 30 personas sentadas. Una situación que se cumple y sin queja alguna. Hasta los capellanes guardan prevenciones hasta el punto de que la mesa donde guardan el pan y el vino que consagran comparten espacio con una botella de alcohol y hasta con un papel especial con el que limpiar los cálices y así evitar cualquier tipo de contagio entre los presentes.

Al aforo limitado se añade que los bancos están señalizados para que se guarden los dos metros de distancia entre los presentes. Por si fuera poco, cuando estas salas quedan vacías, ahí entra el servicio de limpieza provisto de guantes y mascarillas que limpian con ahínco todas las superficies. Hasta las puertas y paredes por si alguien se ha apoyado. Ya no hay olor a las flores procedentes de las coronas de flores, la lejía lo invade todo y, sino el gel hidroalcohólico.