No se puede hablar de felicidad plena, ni mucho menos, pero el gesto fue otro en muchos negocios. Sobre todo en la hostelería, en aquellos pequeños bares que han pasado siete semanas esperando que los datos mejoraran, que Sanidad abriera la mano a los espacios que han quedado señalados por la pandemia y sus gestores. No solo son cafés y restaurantes, también gimnasios, clubs de pádel, centros deportivos y todos aquellos cuya actividad se realiza principalmente en el interior. A la relajación en los rostros de los propietarios, aunque alguno todavía rumia, se unieron las felicitaciones de clientes y amigos, que no faltaron al regreso. Hubo menos gente en las terrazas, más visitas de interior, las que corresponden con la época y la temperatura. Pero no faltó el recelo, el temor a que el regreso sea breve, que la Navidad congele las sonrisas de hoy.

En Zaragoza, Alberto Roso, vicepresidente del Colegio Oficial de Licenciados en Educación Física de Aragón (Colefa), precisa de entrada que se han tomado medidas «para no tener que volver a cerrar». La primera es el uso obligatorio de la mascarilla en los centros deportivos que no están al aire libre, donde se prioriza la ventilación, los sistemas de mejora de la calidad del aire, la higienización de los equipamientos y el control de los aforos, que se han quedado al 30% en lugar del 40% que solicitó el sector en su propuesta a la consejería de Sanidad.

Hay alegría en el regreso de los centros deportivos, un sector que no comprendió el cierre y que se marca como primera premisa no volver a dar un paso atrás. «Para nosotros los gimnasios son espacios de salud, no de enfermedad», dice Ana a la entrada de un gimnasio a orillas del Huerva. «Nunca nos hemos sentido inseguros aquí, al contrario». «Lo necesitamos no solo físicamente sino porque es muy bueno a nivel psicológico, algo que es muy importante en estos momentos de restricciones», añade su compañero Juange.

El sector tiene aún clavada la espina de que se compararan sus instalaciones «con los locales de apuestas» y que en Zaragoza, donde han proliferado las cadenas de centros deportivos, no hayan encontrado la comprensión correspondiente en las instituciones en un año que calculan que la facturación se situará en el 30% en comparación con ejercicios anteriores.

La clientela fiel se mantiene. No faltaron sonrisas en el siglo XXI, la plaza Utrillas o Hernán Cortés, pese a que aún se mantiene el temor a no recuperar un ritmo parecido si los clientes lo asocian con un sector de riesgo al coincidir los cierres con la subida de los casos. Y luego queda la costumbre, el hecho de haber perdido el hábito de hacer deporte o haber sustituido esta actividad por otra.

«No es mi caso», asegura Luis, que tampoco faltará «al mini y el zumo que nos tomamos aquí al lado», en uno de esos bares pequeños que tanto han sufrido y ahora se conforman «aunque no tengamos barra y solo quepan 12 personas de momento», dice Félix, camarero en una cafetería cercana al Parque Grande, donde abunda gente «fiel» que apoya «todo lo que haga falta», gritan desde la mesa del rincón. «Y ojo, que sabemos que debemos tener cuidado, que aquí nos jugamos mucho todos».

«Somos nosotros más culpables que ellos, me parece a mí», explica de entrada la señora Eugenia en la avenida Goya. «Si ni aun estando cerrados las cifras mejoraban...», recuerda, mientras el dueño asiente de cerca. Piensa lo que casi todos en el sector: «¿Por qué en Madrid se podía abrir y aquí no?».

Al otro lado del Ebro, en el barrio Jesús, Manuel Frago dice que es el mejor regalo de cumpleaños que podía tener. Manolo es el dueño del bar Fausto, que atiende su mujer y que ha sobrevivido «gracias al colchón que teníamos y que ahora es colchoneta». «El aforo es ridículo, pero nos pueden las ganas. Llevo 26 años aquí y ni siquiera el dueño del local nos ha ayudado», dice en tono emocionado recordando «el coraje que te entra, que tienes ganas hasta de llorar».

«Los bares son una vía de escape, sirven para que la gente se evada de sus problemas y se relacione socialmente, algo que cada vez se echa más en falta con tanto aparato, mucho más en épocas tan difíciles como esta. Somos alegría y felicidad». La reflexión la pone una voz coherente en un bar de la calle Jesús, en el Arrabal zaragozano, donde dueños y clientes compartieron alegría en esta segunda vuelta al trabajo que disfrutan seguros de que tiene fin: «El 10 de enero nos volverán a cerrar», dicen muchos, convencidos de que no son culpables pero la flexibilidad navideña se llevará por delante las nuevas ilusiones.

«Mira Cataluña», explica Gervasio desde la experiencia tras conocer que los datos de la región vecina la sitúan a las puertas de nuevas restricciones tras el empeoramiento de los datos y el anuncio de malas previsiones para los próximos días. «Pues eso también volverá a pasar aquí. Mientras tanto, aquí estamos, no hacemos daño a nadie», habla con voz resignada y mirada alegre.

En el Portal Asturiano lleva 44 años Manolo González, ni cristalógrafo ni futbolista como el zaragocista de idéntico nombre fallecido la pasada semana, pero bien conocido por su fabada y su cachopo, y por su ilusión, «la misma de siempre porque lo vivo y me gusta». «Ha tenido que pasar esto para que la gente se dé cuenta de la relevancia social que tienen los bares en nuestro país. Son nuestro lugar de relaciones, forman parte de nuestra cultura», reflexiona sin saber si a la vuelta de Reyes solo habrá otra vez carbón.