Admitiendo que se ha ganado la mayor, la batalla contra el trasvase del Ebro, todavía queda en Aragón mucho fluido por trasegar. Hay que revisar el Pacto del Agua, hay que incorporar a la acción política los nuevos conceptos hidrológicos, hay que negociar una relación razonable entre usuarios (sean regantes o consumidores urbanos) y afectados por las obras de regulación... En fin, que queda tajo para mucho tiempo. Y para empezar la faena es imprescindible una reforma en profundidad de la Confederación Hidrográfica y una reinvención del Instituto Aragonés del Agua. Hoy, ambos organismos son más un estorbo político para la solución de los problemas (o una vagorosa entelequia, en el caso del citado Instituto) que instrumentos para arreglar el cacao acuático en que braceamos.

A mí me gusta bastante lo que dice la ministra Narbona (después de Matas y la Rodríguez cualquier cosa podría parecernos bien, pero es que doña Cristina habla del agua con mucha propiedad); sin embargo, considero muy problemática la consecución de acuerdos hidrológicos. Arreglarse en el ámbito nacional con los representantes (conservadores) de Valencia o Murcia va a ser complicadísimo; no lo será menos recuperar en el escenario aragonés un consenso entre todas las partes que forcejean oponiéndose a los pantanos o urgiendo su construcción. Aquí todo quisque quiere tener buen tiempo, huertas feraces, arroz y alfalfa, campos de golf o lo que sea menester; ahora bien, los pantanos, las cuñas salinas y los desastres ecológicos, para otros.

En Aragón, las cúpulas de algunas organizaciones de regantes han jugado descaradamente a favor del PHN trasvasista por motivos a menudo poco confesables. Los perjudicados por los embalses y los ecologistas se han radicalizado al negárseles sistemáticamente el diálogo. La cuestión hidrológica se ha embarullado malamente. Pese a todo, habrá que hablar y entenderse. ¡Aquí quiero ver yo a la autoridad competente!