El 16 de diciembre disfruté del alborozo y la alegría que nos contagió la consecución de la tan ansiada Exposición Universal 2008, después de un magnífico trabajo realizado por todo un equipo de personas que han hecho posible que este proyecto se hubiera consolidado como una firme apuesta de desarrollo (anunciado como sostenible), apoyado incluso por el Gobierno español, de una ciudad que hasta ahora ha sido tratada con raseros distintos a la hora de propiciar un definitivo despegue en el escalafón de las ciudades españolas.

Contagiado por ese entusiasmo, y como la mayoría de personas, pensé en el desarrollo que vamos a experimentar, en todos los aspectos, pero sobre todo en infraestructuras, en las que tantas carencias presentamos, y con las que nos tenemos que enfrentar diariamente. Pero sobre todo pensé en el inmenso desarrollo que seguro experimentará nuestra capital, y eso me produjo un cierto vértigo, acrecentado por el recorrido de regreso a mi pueblo, Mallén, a través de una siniestra N-232 (se ha ganado ese título).

Confieso que también la euforia se apoderó de mí, y que el día después supuso un aterrizar en la realidad cotidiana, de nuestro empeño en que nuestros pueblos salgan para adelante, en nuestro esfuerzo por hacerlos más habitables, más dotados, en definitiva mejores, que es para lo que hemos sido elegidos.

Pero lo que realmente me puso frente a la realidad es el fatal accidente que desgraciadamente tiñó de sangre el asfalto de la N-232 el mismo domingo que cerraba una semana eufórica. Tres cadáveres más se sumaban a la interminable lista negra que lleva a sus espaldas esta carretera, y más concretamente en el mismo término municipal de Mallén, (fatídico p.k. 294,1 de la N-232). En el lugar del accidente volví a apreciar la tremenda realidad que nos envuelve, y que hace que diariamente cientos, miles de vecinos de todos los municipios que vivimos conectados necesariamente a esta vía para llegar a nuestro trabajo, a nuestros hospitales, a nuestros centros comerciales, tengamos que sufrir .

Por esa razón, por el constante goteo de muertes al que estamos asistiendo, hace ya más de año y medio que decidí abanderar la reivindicación del desdoblamiento de estos 24 kilómetros que albergan una de las mayores densidades de tráfico de Aragón y del Estado. En el camino he visto cómo mayoritariamente el colectivo que reivindica este desdoblamiento ha recibido el apoyo unánime de todos los agentes sociales y políticos de la provincia, incluso de fuera de la comunidad, mientras el anterior Ejecutivo central hacía oídos sordos a nuestra más que justa reivindicación.

Pero tras el cambio de Gobierno algo cambió también: el talante. Y al menos se nos escuchó en Madrid, y al menos hemos visto cómo se ha dotado a los presupuestos generales de una partida (tal vez pequeña para nuestros deseos) que asegura el inicio de los estudios previos, en una palabra: la puesta en marcha de la maquinaria administrativa que pueda terminar en la consolidación del proyecto.

El Gobierno central, en su compromiso con Zaragoza, debe adelantar los plazos para que, coordinándolos con los de nuestros vecinos navarros (quienes ya llevan avanzado el desdoblamiento del tramo que atraviesa su comunidad), hagan que esta obra que demandamos, además de servir de infraestructura necesaria para el buen desarrollo de la Expo, sirva para mejorar las condiciones de seguridad en la conducción de todos los que tenemos que utilizarla para desarrollar nuestro día a día.