Esa curiosa película que es La gran estafa americana, de David Russell, galardonada en los últimos Oscars de Hollywood, plantea un igualmente curioso caso de corrupción. El alcalde de Candem en la ficción, Carmine Polito (rol soberbiamente interpretado por el actor Jeremy Renner) acepta un soborno para beneficiar a su ciudad y convertirla en una meca del juego, al estilo de Atlantic City.

Polito pica el cebo de unos estafadores de poca monta y se deja arrastrar por una loca operación de compra de voluntades en las Cámaras de representantes, a fin de allanar la llegada de un jeque con suficientes petrodólares como para cambiar el destino de su comunidad.

Cuando, al final, el alcalde es detenido por los Federales, proclama su inocencia, justificando su complicidad en esa más que dudosa operación de implantación de nuevos casinos en base al bien común que de su actividad rentaría. La coartada moral de Carmine Polito viene a ser: el fin justifica los medios.

Me parece que en la política española no es muy difícil encontrar a unos cuantos Politos. Particularmente en la transición, cuando tan sólo la tarea de financiar un partido era ya una proeza. Los dirigentes de aquella época, muchos de ellos padres de la Constitución, se vieron envueltos en escándalos de contabilidad interna y de externas donaciones que de una manera u otra repercutían en su acción de gobierno. Los Suárez, Fraga. González o Pujol tuvieron que hacer frente a decenas de denuncias, declarándose en todo momento limpios de polvo y paja, pero sin afrontar en ningún momento una reforma en la financiación de los partidos. Permitiendo pensar, en consecuencia, que tanto fiscales como periodistas estaban sobre la pista de esa otra gran estafa de la financiación política.

Ahora, los actuales corruptos, de uno y otro partido, ni siquiera se escudan en argumento ético alguno. Con sus ingenierías financieras al margen de la ley ni siquiera pretenden mejorar la calidad de vida de sus semejantes. No delinquen para que determinados grupos empresariales se instalen en sus comunidades y generen puestos de trabajo, sino para su propio beneficio, para su propio bolsillo. Son delincuentes amparados por un cargo político o sindical, listos para atracar las arcas públicas y estafarnos a todos.

Comparado con ellos, el alcalde Polito es un filántropo.