"Supongo que llamas para felicitarme, ¿no?" Al otro lado del teléfono, una aliviada Ann McKenna, escocesa nacida en Glasgow y que lleva en Zaragoza 26 años, se recrea en el triunfo del no a la independencia decidido por su pueblo.

"Los amigos con los que he hablado en las últimas horas están viviendo el resultado como una gran celebración, como si fuera el 1 de enero con las botellas de champagne", cuenta. A ese clima de alegría se suma la periodista Rachel Chaundler: "Me alegro mucho por el resultado. Para mí también supone un enorme alivio y me siento orgullosa de ser escocesa".

Como la risa va por barrios, en otra parte de Zaragoza, el también escocés Scott Gardiner digiere su pena tras la derrota del sí. Resultó imposible localizarle durante todo el viernes. De madrugada, y frente a su ordenador portátil, unas cervezas le ayudaron a pasar el trago de los primeros resultados electorales. "Me siento muy triste. No voy a llorar. En cierto modo me lo esperaba. Creo que a la gente le entró miedo con el mensaje que lanzaron los bancos y las grandes compañías", explica.

Entre el sí y el no

Escocia decidía el pasado jueves si ponía fin a 300 años de pertenencia a la Union Jack. Una elección a todo o nada consensuada con Londres cuando el triunfo del desapego se veía como un imposible. La campaña del partido nacionalista escocés a favor del sí, más intensa y apasionada que la de los unionistas, y las según varios analistas poco fiables encuestas por la ausencia de una referencia similar y el retraimiento de los partidarios del no, llegaron a dibujar un vuelco en los resultados a solo unos días de la consulta. "Ha sido un sobresalto continuo estos últimos diez días. La gente estaba muy nerviosa porque veíamos que el sí no paraba de crecer", explica Ann. El SÍ explotó los supuestos agravios cometidos por el Gobierno conservador, muy mal considerado en Escocia desde la huella dejada por Margaret Thatcher. Primera ministra odiada por muchos quien, curiosamente accedió al poder en 1979 después de que el partido nacionalista escocés retirase su apoyo a los laboristas. Luego, los escoceses y laboristas Gordon Brown y Tony Blair parece que tampoco colmaron las aspiraciones nacionalistas.

Sobre los motivos que hay detrás de este desapego, para la periodista "ha influido la crisis que estamos viviendo en el Reino Unido y en toda Europa. Existe un gran desencanto por el control que llevan a cabo los ingleses desde Westminster", analiza Chaundler. Para McKenna, "el partido nacionalista lleva toda la vida, pero la crisis ha provocado el desencanto de la gente con los dos partidos políticos mayoritarios. Creo que ocurre algo similar en el resto de Europa, crecen los partidos pequeños y los nacionalistas". Desde el deseo de ruptura, Gardiner habla del maltrato de Londres y el escaso miedo de muchos: "Nuestro pueblo tiene un deseo de tener más poder, estamos cansados de la diferencia de trato de los ingleses y ninguno de mis amigos escoceses, treintañeros con pequeños negocios, tenía miedo a la independencia".

Más allá de los sentimientos, existían muchas dudas sobre el futuro económico de una Escocia independiente. "Somos muy pequeños para subsistir. Tengo muchas dudas de que nuestras reservas de petróleo fueran suficientes. Antes Escocia tenía industrias, industria pesada muy importante. Ahora no tenemos nada de eso. Somos un país de turismo, whisky y petróleo. Con eso creo que no podemos ser autosuficientes", explica Ann. La reserva de petróleo ha sido el principal argumento de los nacionalistas para dibujar un futuro lleno de sonrisas, pero para Chaundler, "si el viernes me hubiera despertado independizada del Reino Unido, no me habría convertido en accionista de ninguna petrolera".

En cambio, los expertos exponían un mar de dudas: ¿Seguiría Escocia en la libra? ¿Cuál habría sido la reacción de la UE?

Las fuerzas

Pese al evidente riesgo de ruptura percibido en los días previos a la cita con las urnas por lo apretado de las encuestas, para Chaundler, Cameron hizo lo correcto. "Es la democracia. La fuerza del nacionalismo ha pillado a todos por sorpresa. Cuando se convocó el referéndum, un 75% de los votantes se decantaban por el no", recuerda.

Chaundler busca en el fondo de ese desapego: "En realidad no sé si entiendo de qué se trataba realmente esta votación. Gordon Brown dijo en su celebrado discurso del otro día que Escocia es una nación y lo seguiría siendo tanto si ganaba el sí como el no. Que lo que se votaba no era eso, sino si se quería romper todo vínculo con el sur. En el fondo votamos por el orgullo escocés", reflexiona.

A ese orgullo apela Scott para sostener que su pueblo no se rendirá. "Esperemos que los conservadores cumplan su promesa de hacer reformas. Pero estoy convencido de que el deseo de ser independiente no acabará aquí. Los escoceses tenemos demasiado orgullo y volveremos a intentarlo".

Por el momento y mientras se define el nuevo reparto de competencias entre los territorios del Reino Unido, Escocia seguirá dentro de la Unión, luciendo orgullosa la falda escocesa. Invento de un inglés.