Una sala diáfana de altos techos y con varias columnas. Ladrillo, arcos de medio punto y espacio vacío. No cabe duda de que el conjunto resulta atractivo. Sin embargo, tuvo un cometido de lo más prosaico pero no por ello irrelevante. Al contrario, los depósitos de agua de Pignatelli, ubicados en el parque del mismo nombre y que toman su denominación del ilustrado que un siglo antes construyó el canal Imperial, fueron los primeros con los que contó la ciudad para nutrir sus fuentes de agua de boca. Su puesta en marcha supuso una cambio radical para los zaragozanos. Fue a finales del XIX, en 1876, y desde ayer ya se puede conocer su historia con las visitas guiadas que organiza el ayuntamiento los fines de semana. La actividad, además, retrotrae a una ciudad en plena transformación.

Estas visitas, como la primera desarrollada ayer, comienzan in situ, dentro del lugar en el que hace unos 140 años contenía el agua que beberían los ciudadanos. En ella, la encargada de guiar a la treintena de visitantes que participaron comenzó su explicación relatando el contexto histórico de finales de aquel siglo. Se construyeron en una época dinámica, en la que Zaragoza se desperezaba tras superar, décadas atrás, la guerra de la independencia. Vivía, de esta manera, su expansión urbana por el sur, además de avanzar en el plano industrial.

Fue en esa tesitura cuando llegaron estos depósitos, construidos de 1876 a 1878 por Ricardo Magdalena, quien llevaba muy poco en el puesto de arquitecto municipal, unos tres años.

Con estos aljibes de Pignatelli, la capital aragonesa contaba sitos de agua. Así, en la visita se recordó que, antes, los romanos se abastecían de las aguas del Gállego y que los musulmanes desarrollaron un destacado sistema de acequias. Tras ello, el agua del Ebro y, posteriormente, del canal imperial, eran las que llegaban a las casas, no directamente, sino turbia y a través de los aguado res, lo que hacía esencial su filtrado en tinajas. La visita cambió repentinamente cuando un Ramón Pignatelli redivivo apareció en escena, sobresaltando a más de uno de los presentes. Lo hizo en tono humorístico y divulgativo, con una intervención en la que explicó aspectos fundamentales de su vida y, sobre todo, de su obra, como la importancia que tuvo para Aragón y Zaragoza la creación del canal Imperial.

Además, recordó la fuente que se ubicaba en la plaza de España, en ese momento, de San Francisco, la única que aportaba agua de boca a la población zaragozana. Una fuente, la de Neptuno, que aún se puede visitar en el parque Grande. Con estos aljibes, serían todas las de la ciudad las que tendrían agua potable.

También detalló la importancia de la ubicación de los depósitos que se nutrían del canal que él mismo diseñó. Su cercanía a esta infraestructura, la disposición en una zona alta, lo que propiciaba que llegara el agua con presión, y la orografía fueron aspectos clave. Cabe recordar que las viviendas, por supuesto, no disponían de abastecimiento.

La visita continuó en la sala anexa, en la que se pueden ver los respiraderos de estos aljibes. La ampliación de la instalación en los años venideros antecedieron a la creación, en 1907, de los depósitos de Casablanca. Entonces, los de Pignatelli pasaron a tener un papel secundario. Finalmente, en los años 60 del siglo pasado dejarían de tener utilidad y, tras acoger alguna que otra actividad cultural, cerraron hace unos 30 años. Ahí terminó la visita de esta parte de los depósitos, puesto que este conjunto de Interés Monumental abarca más espacio. Así, y tras pasar el arco de la entrada, regresó el siglo XXI.