Empezó la campaña. No les digo más. A partir de mañana me mudo a la crónica electoral y abandono momentáneamente esta columna. Allá voy, a divertirme con las señoras y señores candidatos/as.

Créanme si les digo que marcho a mi nuevo destino temporal arrastrando dudas e interrogantes. Por ejemplo: ¿Se empantanará finalmente el barrio de la Estación de Delicias alcanzado por el estallido de la burbuja inmobiliaria? ¿Vamos a estar en condiciones de lograr que nos designen como sede de la Expo? ¿Existe alguna forma de que el Gobierno central (el que surja del 14-M) trate a los aragoneses con alguna normalidad sin que previamente hayamos de postrarnos de hinojos y entonar el "perdona a tu pueblo, perdónale Señooor"? ¿Privatizarán las cajas de ahorro? ¿Qué será de nosotros de aquí al 2008?... Pero estoy seguro de que todos estos interrogantes y muchos más seguirán vigentes dentro de quince días. Como suelo decir, lo malo que tiene la actualidad aragonesa (o lo bueno, según se mire) es que circula despacio y da vueltas y más vueltas sobre sí misma con fatal tendencia a regresar al mismo sitio. Te puedes ausentar durante meses o años, que a la vuelta todavía estarán Iglesias o Belloch anunciando metros ligeros y trenes de cercanías, viviendas de protección oficial y otras virguerías.

Por otro lado, algún asunto de los que he citado en el párrafo anterior son de efecto retardado. Salvo Bandrés, nadie ha dicho aún esta boca es mía de las curiosas modificaciones que está introduciendo el Gobierno central en el ordenamiento de las Cajas con esas cuotas participativas que no hay quien entienda (salvo que sean el caballo de Troya de la privatización). Cualquiera hubiera pensado que este tema, al afectar de lleno al particular sistema financiero aragonés, tendría a todos de los nervios. Pero no. Hasta después de las elecciones, quietos parados. Y el que suscribe, a la página 2. Allí nos vemos.