Algo tan aparentemente sencillo como entender lo que pregunta una cajera cuando uno está pagando en la fila de un supermercado se ha convertido en una dificultad para muchas personas desde que el uso de las mascarillas se ha extendido a causa de la pandemia. «Les pido si pueden bajarse la mascarilla para hablar, pero normalmente nadie lo hace porque tienen miedo a contagiarse. Al final les pido que me escriban lo que me dicen en un papel y así nos entendemos», explica María Pilar Arzoz. Esta zaragozana es sorda desde que era pequeña y para ella la comunicación facial y labial es muy importante para poder entender. Es también profesora en el colegio de niños sordos La Purísima de Zaragoza.

Esta semana, Marcos Lanchet ha entregado 80.000 firmas al Ministerio de Sanidad para pedir que homologuen las «mascarillas inclusivas», unos cubrebocas que incorporan una sección transparente que deja ver los movimientos de la boca. El titular de este departamento, Salvador Illa, ya ha respondido comprometiéndose a localizar empresas que fabriquen este tipo de mascarillas para comprobar su efectividad y poder homologarlas, pero el problema lleva meses afectando ya a las personas sordas y puede verse agravado ahora, con la vuelta al colegio de los pequeños que tienen dificultades auditivas.

142 ALUMNOS

Arzoz es, además de profesora, asesora en La Purísima, y junto a la directora de este centro, Mariví Calvo, llevan varios días intentando prever todos las obstáculos con los que se encontrarán sus 142 alumnos (de todas las edades) esta semana que empiezan las clases. Ambas llevan mascarillas inclusivas aunque, al no estar homologadas, tienen que portar también una máscara facial. Como no tienen certificado oficial tampoco pueden pedir a sus alumnos que las porten, lo que dificultará mucho la interacción entre profesores y niños. Las que llevan se las ha facilitado la Asociación de Implantados Cocleares de España (AICE).

«Por el momento son la solución que hemos encontrado. Las mascarillas transparentes no son difíciles de encontrar, solo hace falta entrar en internet y aparecen un montón de opciones, aunque hay que tener cuidado. Además tampoco son cómodas, porque al llevar plástico se empañan y dan mucho calor. Desde luego que no son la panacea, pero son una necesidad», explica Calvo, que pide al Ministerio de Sanidad que no tarde en certificarlas, ya que adquirirlas on line sin saber de dónde vienen tiene sus riesgos: «No podemos pedir a nuestros alumnos que las compren. Valen cinco euros y se supone que duran 15 días, pero no nos fiamos».

En el colegio de La Purísima utilizan y enseñan una metodología de comunicación, la verbotonal, basada en la afectividad y la corporalidad. Es decir, en transmitir las expresiones y el cariño con todo el cuerpo, con la gestualidad de la cara y con el movimiento de los labios. Y esto, ahora, será complicado. «Justo las dos medidas más importantes para frenar el virus, que son el uso de mascarillas y la distancia física de dos metros son las que más nos afectan, porque nosotros comunicamos a través del cuerpo y el contacto es muy importante. A veces va a ser inevitable que nos acerquemos más de la cuenta a nuestros alumnos pero trataremos de hacerlo de forma segura», cuenta Calvo, que no es sorda.

Arzoz, que también se expresa mediante lenguaje de signos, explica además que en esta forma de comunicación las manos no lo son todo. «Es muy importante verle la cara y la boca a la gente, además de la expresión. Aunque sepas lenguaje de signos, si no puedo verte la cara y saber si estás enfadado, triste o contento la comunicación se hace muy difícil», explica esta profesora.

Calvo y Arzoz, en una de las clases que han acondicionado. FOTO: ÁNGEL DE CASTRO

"SI ANTES HACÍAMOS MAGIA, AHORA MILAGROS"

En el colegio La Purísima, además de niños sordos, también estudian pequeños con otros problemas cognitivos a los que será muy difícil transmitir la importancia de las medidas de seguridad frente al covid. «Para ellos intercambiar juguetes, por ejemplo, es muy importante, así como el tacto. Tendremos que hacer mucho hincapié en la desinfección de todos los objetos», explica Calvo. Los niños con diversidad funcional no están obligados a llevar mascarilla, «aunque sí que es recomendable» porque el riesgo de contagio es el mismo. «Lo peor que les puede pasar es tenerse que ir a casa dos semanas. Para estos alumnos la continuidad es muy importante. Parar y empezar de nuevo les cuesta mucho trabajo», cuenta la directora.

En el plan de contingencia que han preparado en este centro las mascarillas tienen un apartado especial, pero mientras esperan a que les lleguen tapabocas inclusivos homologados han tomado también otra serie de medidas, como los grupos burbuja, cada uno de los cuales tendrá un profesor específico. No han tenido que contratar a más profesores, eso sí, porque las ratios ya eran bajas antes de la pandemia. Las aulas, además, son grandes y tienen amplios ventanales, por lo que no será complicado ventilarlas y mantener a los estudiantes separados. Lo más complicado está siendo cuadrar los horarios: «Tenemos alumnos que antes combinaban su educación entre nuestro centro y otros, pero eso ahora no se puede hacer. También hay niños que vienen solo horas puntuales para reforzar su capacidad de comunicarse. Si antes hacíamos magia, ahora vamos a tener que hacer milagros», zanja Calvo.