Tres vermús, dos güisquis, un chupito y tres cervezas. Es, al menos, lo que se bebió Francisco Canela a lo largo del día 10 de enero del año pasado, en las horas previas a que acabase por disparar mortalmente -accidentalmente o a propósito, decidirá el jurado- a Robert Racolti. Así lo fueron enumerando varios de sus amigos, conocidos y el dueño del bar próximo a su casa, al declarar como testigos en la tercera jornada del juicio por el crimen, celebrada en la Audiencia Provincial de Zaragoza.

Varios coincidieron en que le vieron borracho, por ejemplo en el partido de fútbol celebrado en la localidad, en el que fue acompañado de un amigo rumano, y donde también estuvo tomando cervezas.

Los vecinos de Ricla coincidieron en que era vox pópuli que Canela tenía problemas con el alcohol, y con las drogas, cocaína y marihuana. Él mismo reconoció durante su declaración que el día de los hechos, en lugar de comer, se metió una raya. También explicaron que era sabido que su familia había intentado sin éxito que fuese a un centro de desintoxicación.

Los testimonios apoyan la tesis de la defensa de Canela, a cargo del despacho Laborda Vela, de que se le debería aplicar la atenuante de embriaguez, además de las de reparación del daño (por intentar auxiliar a la víctima) y confesión. Como alternativa inicial proponen una condena de cinco años por homicidio imprudente, que la acusación particular, por la familia del fallecido, eleva a 25, ya que también creen que intentó asesinar a su vecina, la novia de Racolti, que huyó de la bodega.