Hubiera sido posible conseguir la Expo sin el cambio de ciclo político habido en España y, previamente, en las instituciones aragonesas? Muy probablemente, no. Seguro que no, dicen ahora los comentaristas italianos e incluso algunos miembros del gobierno Berlusconi, que atribuyen directamente nuestro éxito en París a la capacidad diplomática del tándem Juan Carlos I-Rodríguez Zapatero y a las simpatías que la actual política exterior española despierta en la Vieja Europa y en los países en vías de desarrollo.

Es evidente. Como lo es el hecho de que sin la alternancia en el Gobierno central ahora estaríamos con el trasvase del Ebro vigente, y en tales condiciones ¿pueden ustedes decirme de qué forma podrían colaborar las instituciones de aquí y de allá en la organización de una Exposición sobre el agua y la sostenibilidad?

Más obvio todavía es que en este año Aragón ha logrado dos victorias estratégicas fundamentales: ha visto derrumbarse el PHN trasvasista elaborado por los gobiernos de Aznar y ahora se encuentra ante un gran acontecimiento que ha de movilizar inversiones nunca vistas. No es casualidad que ambos éxitos tengan que ver con el tema del agua (tan peleado por los aragoneses), ni tampoco lo es que respondan a visiones transformadoras alentadas por la movilización popular y favorecidas decisivamente por los resultados electorales de marzo. Por ello, queridos amigos, aunque el consenso general es ahora imprescindible, no parece tener demasiada lógica un replanteamiento del escenario político (que es el que es y ya está bien como está); salvo que determinadas fuerzas vivas quieran crear las condiciones para poner su marca exclusiva (y sus intereses) sobre los proyectos que han de ponerse en marcha.

En una España políticamente polarizada, la Expo necesitará mucha profesionalidad, cooperación, participación y una orientación renovadora y progresista. Si no... ¿qué otra alternativa hay?