Cristina Serrano es la directora de la residencia Romareda de Zaragoza, del IASS. Allí viven 200 personas. Estos días, ella y su equipo se dejan la piel, sobre todo, para protegerlos, no solo física, sino emocionalmente. Se han convertido en la familia de esos residentes hasta que ellos puedan recuperar la suya propia. Cada día que suman sin casos es una batalla ganada.

Este jueves, Cristina Serrano llegó a casa a las nueve de la noche. Llevaba doce días sin parar de trabajar y se dio cuenta de que necesitaba una ducha y reponerse. Que le va a hacer falta mucha fuerza. Ella es la directora de la residencia Romareda de Zaragoza, uno de los centros que pertenece al Instituto Aragonés de Servicios Sociales (IASS) y que cuida de 200 mayores. El virus no ha traspasado sus puertas. Extreman los cuidados. Cada día, es una batalla ganada. Y no solo contra el propio virus, sino también contra el aislamiento y la soledad que viven ahora.

Cuando le llamo para hablar de su experiencia, el primer impulso es darle las gracias por todo. Es poco periodístico. Pero también una necesidad irreprimible. La emoción se nota a ambos lados del teléfono. Ella sabe que su labor es importantísima. «La de todo el equipo», matiza. «Conserjería, enfermeras, médicos, personal de limpieza, lavandería, mantenimiento, almacén, administración y cocina, centro de día, terapia ocupacional, fisioterapia, los del programa Romareda te activa el conductor, la trabajadora social, coordinadoras de área»... Se empeña en citarlos. «Se lo merecen». Aquí no se ahorra una línea. «No sabes lo orgullosa que me siento de ellos», repite.

«Todos han cambiado su rutina y están haciendo muchas más horas para que los residentes estén protegidos», explica. Eso implica muchas cosas. Incluso cuidarse o limitar el contacto con su familia. Porque muchos la tienen. Como la propia Cristina. Su marido es hostelero, tiene dos hijas de 10 y 15 años. Se han quedado en casa. Y claro que hay «muchas preocupaciones en el futuro». Pero ahora, lo primordial es esto. «Y eso implica, a veces, tomar decisiones muy duras».

Cristina tiene experiencia. Mucha. Lleva 25 años en el sector. Pero aún así, hay momentos en esta crisis que se le han quedado grabados. Por ejemplo, muchas de las llamadas que tuvo que hacer para comunicar a las familias que no iban a poder tener contacto con sus seres queridos durante este tiempo.

«Están siendo muy comprensivas». Ahora no hay visitas. Y, desde luego, hay mucha preocupación. «Hay varios señores y señoras que tiene a sus esposas y maridos aquí», dice. Toda una vida juntos y una brecha en el momento más difícil. «Y también hay hijos, hijas... Este es un centro de mucha visita».

«Decir a las familias que no iban a poder ver a sus seres queridos fue una de las decisiones más duras, pero lo entendieron»

Para paliar esta carencia, todos se han volcado en ser una nueva familia para los residentes. Les llevan de paseo, dentro de la zona en la que están. Les dan conversación. Les intentan mimar. Y, últimamente, también son su vía de comunicación.

Empezaron haciendo una llamada diaria. Después en días alternos. Pero supieron que las familias necesitaban ver a sus seres queridos, comprobar que están bien. Y por eso, el equipo tiró de sus propios móviles para empezar a hacer videollamadas. «Los metemos en fundas, por seguridad», cuenta Cristina. «Y menos mal, porque el primer día que lo hice se lo puse a una señora que, al ver a su hija, se comía a besos la pantalla». Son escenas de ternura. Momentos hermosos. Y necesidades pequeñas. Necesitan móviles. Para tener, al menos, uno por módulo. Para que haya más besos así.