La sombría torre que albergó antaño la prisión de la localidad pirenaica de Broto conserva en los muros de una de sus mazmorras el misterioso arte de un preso del siglo XVIII que llenó las paredes de figuras, rostros, animales y extraños seres salidos del terrible bestiario románico y de sus propios temores y deseos.

La cal de los gruesos muros, ennegrecida por el humo de las hogueras que encendían los prisioneros en sus celdas para soportar el frío y la humedad del invierno, sirvió de improvisado lienzo para que el artista encarcelado diera rienda suelta a su imaginación.

Con un cuidadoso esmero y sirviéndose de una piedra afilada o de un punzón, el preso extrajo del fondo negro de las ahumadas paredes los blancos perfiles de sus dibujos, ingenuos, casi infantiles o "naifs", pero de sugestiva imaginería.

Aunque la torre dejó de ser prisión hace mucho tiempo, su silueta es testimonio del poder político, económico y judicial que ejercieron en siglos pasados los once municipios que formaban la Mancomunidad del Valle de Broto.

Durante siglos, los responsables de crímenes o de delitos diversos fueron juzgados en la localidad de Broto, conducidos a la torre y arrojados a sus lúgubres mazmorras, en cuyos muros manos anónimas dejaron constancia de algunas fechas de encierro: 1708, 1799, 1808 y hasta 1910.

Ni la historia documental ni la memoria de las gentes de Broto aportan luz alguna que permita determinar si las imágenes fueron pensadas y realizadas por una persona llamada Miguel Guillén que grabó su nombre con obsesiva insistencia en los muros de la prisión, quizás por preservarse de la locura.

A primera vista, atraen la atención del visitante unas figuras femeninas ricamente vestidas, con casullas piramidales decoradas con precisión y esmero, que parecen representar a la Virgen María y a Santa Ana.

En la pared también se observan dos sonrientes figuras masculinas vestidas con un inflado uniforme de apariencia cortesana o militar, bombachos, largos bonetes en forma de trenza anudados a la parte posterior de la cabellera y, también, palmas en sus manos.

Destacan, asimismo, una figura alada cubierta con túnica que blande una espada en su mano derecha mientras pisa lo que parece ser una serpiente, que los estudiosos relacionan con el arcángel San Miguel, venerado en el Valle de Broto, y una imagen de San Pedro con las llaves del reino del cielo.

De los negros muros de las celdas brotan, además, pájaros exóticos, tortugas, serpientes aladas y monstruos voladores que la fantástica imaginería románica asociaba a la perversidad o al mal, pero también tibias cruzadas o cruces.

Curioso bestiario, antropomorfo en ocasiones, de un prisionero cuya razón, avivada por largos periodos de oscuridad y soledad, le hizo soñar con monstruos, que acaso exortizaba pintándolos sobre las paredes.

Pero también, decenas de caras grabadas sobre las paredes miran hacia el interior de la celda donde los prisioneros aguardaban su puesta en libertad.

Algunas de estas caras parecen brotar desde una dimensión profunda de la piedra y escudriñan de una forma inquietante a quien las mira.

La originalidad y excepcionalidad de algunos de los dibujos llevó años atrás a los responsables de la Mancomunidad de los Valles de Broto y al Ayuntamiento de Broto a plantear su protección y a promover su restauración.

La alcaldesa de Broto, Carmen Muro, asegura que estos dibujos no sólo tienen un especial significado histórico y sentimental para los vecinos de la población sino que han despertado el interés de estudiosos y de investigadores debido a su singularidad.

Alta, maciza, con pequeñas aberturas que apenas dejan entrar hilos de luz al interior, la torre conserva tenebrosos calabozos fosos a los que, posiblemente, eran descendidos los presos desde las mazmorras de la planta calle.

La alta torre de la cárcel de Broto y el testimonio que hace años dejó en sus paredes un prisionero anónimo, cuyo valor emotivo acentúa el artístico, surge del pasado con su imponente aspecto para los curiosos.