El pasado miércoles, Aragón fue protagonista en Madrid; líderes políticos y sociales y empresarios, la mayoría no aragoneses, escucharon cómo este territorio es una apuesta continua por la paz social, por la integración de esfuerzos con el resto de territorios, para favorecer el mejor desarrollo de todos.

Y comprobada la repercusión que podemos producir cuando salimos de nuestro ombligo, debemos admitir que el resultado es un impacto positivo para nuestro futuro y es que vivimos un tiempo de globalidad, donde todos salimos y nos esforzamos por enseñarnos al resto, con el convencimiento de que las oportunidades se van a incrementar y mejorar.

En nuestra tierra no hemos sido muy propicios a abrir las ventanas y mostrarnos tal y como somos, en nuestro verdadero valor que es mucho, la creencia ha ido dirigida a unas expectativas de "ya vendrán los que quieran"; pero esto no siempre ha sido así y Baltasar Gracián lo explicaba en referencia a uno de nuestros más insignes aragoneses, el rey Fernando el Católico, que "parencíanle estrechos sus hereditarios reinos de Aragón para sus dilatados deseos y así anheló siempre a la grandeza y anchura de Castilla y de allí a la monarquía de toda España y aún a la universal de entrambos mundos".

Es fundamental que vivamos en la responsabilidad que nace de saber que defendiendo y trabajando por y para nuestro origen, estamos añadiendo el complemento que consigue lograr la unidad de todos; crear fronteras no solo es limitativo, es mediocre y egoísta, no considera el valor que añade al sentir de ser necesitado en la misma medida que necesitas de los demás.

Nos ha tocado una situación crítica, llena de sufrimiento, viendo cómo el retroceso es el día a día y no solo tiene como consecuencia lo económico y laboral, además vemos como el modelo sobre el que nos sentíamos seguros, se ha desmoronado y no tenemos una alternativa clara, porque somos nosotros quienes debemos construirla y hacer de ella un futuro que podamos ofrecer a las próximas generaciones.

Ese nuevo modelo, debe nacer en un espíritu solidario, en una necesidad sumatoria y en una garantía de que todos somos uno; todo ello, nunca es una negación del origen que nos diferencia a unos de otros, pero que justo de esa forma enriquece lo global.

La cultura y la historia son el rigor que debe garantizar la mejor convivencia en el respeto, sabiendo que la importancia y el valor de los territorios, no es nada si minusvalora la libertad e individualidad de un solo ciudadano.

Planteadas esas premisas y consideraciones, debo retomar el inicio de este artículo para que así entendamos por qué el salir de nuestra casa, visitar las demás e invitar a que vengan a la propia, es hoy más fundamental que nunca, debemos trabajar en un sentido de complementariedad, donde nuestra capacidad se alinee con el resto y el resultado sea un fruto de orgullo para todos.