JASP, Joven Aunque Sobradamente Preparado. Este era el eslogan de un anuncio publicitario de finales de los 90 para promocionar un marca de coches. La frase contó con el favor de su público y en pocas semanas se convirtió casi en un lema para las nuevas generaciones.

Su éxito radicaba en una realidad, la formación educativa de los jóvenes que habían crecido bajo el amparo de la democracia y la bonanza económica. EGB, ESO, el BUP, la LOGSE... las constantes reformas educativas han permitido erradicar casi por completo el analfabetismo y elevar el nivel cultural medio de las nuevas generaciones de españoles. Sin embargo, la enseñanza oficial ha dejado un poco de lado a aquellas personas que hace décadas no gozaron de las mismas oportunidades. Es ahí donde las escuelas de adultos cumplen un papel crucial para la integración y, sobre todo, la autoestima de los mayores.

Pilar Algarate es un buen ejemplo de esa otra realidad, la de aquellas generaciones que crecieron en la posguerra y por circunstancias personales no pudieron asistir a la escuela. En éste, como en otros casos, las enseñanza de adultos le ha brindado ahora aquellos conocimientos que en su niñez le fueron vedados, pero además, aprender a escribir a los 60 años le ha permitido a ella desarrollar una vocación frustrada, la literatura.

Su recompensa

Sólo tres años después de comenzar aquella aventura, Pilar -aunque quizás fuera más correcto nombrarla por su seudónimo, Rosa Roja-- ha recibido la mejor recompensa para toda una vida de espera, un premio literario.

Concretamente, la Mención Especial del Concurso de Cartas de Amor de la comarca de Calatayud, un trofeo que ya preside el salón de su hogar en Morata de Jiloca.

"Cuando oí que nombraban a Rosa Roja, pensé que alguna otra persona había utilizado ese mismo nombre. Pero como nadie acudía a recoger el premio comencé a ponerme nerviosa y terminé rompiendo a llorar de emoción", explica impresionada.

Hija de pastor, Pilar pasó los primeros años de su vida de pueblo en pueblo: Acered, Aguarón, Alarba, Castejón... --la lista es larga-- sin poder ir a ningún colegio. A los 10 años comenzó a trabajar de niñera y sirvienta, emigró a Barcelona a los 14 para emplearse en una fábrica textil. Tres años después enfermó y tuvo que regresar a Calatayud, donde conoció a su marido y continuó trabajando hasta que se jubiló y volvió a su pueblo natal.

"Ahora no hago otra cosa que cuidar del hogar y de mis plantas e ir a la escuela", explica a sus 63 años con una mezcla de inocencia y satisfacción. "Cuando comencé las clases no sabía hacer la o con un canuto y entre María Jesús --su profesora-- y mis compañeras he aprendido a escribir". María Jesús resalta el ímpetu y la capacidad de superación de esta alumna, algo que le ha permitido sobreponerse a multitud de dificultades y adaptarse al nivel del resto. Como muestra, un botón: para escribir la epístola con la que obtuvo la Mención Especial, grabó primero su relato en un radiocasete para transcribirlo después con más calma.