El psicoanalista Carl Jung, discípulo díscolo de Sigmund Freud, dedicó una serie de pensamientos al hombre maduro o mayor. Reflexiones cuya agudeza y profundidad, me parece, reúnen vigencia hoy en día.

Aseguraba Jung, y coincido plenamente con él, que a una cierta edad, cuando se han disipado los vapores de la juventud, los hombres y las mujeres se alejan voluntaria o forzosamente del mundo de los instintos para dedicarse con mayor interés al universo de la cultura, en cualquiera de sus manifestaciones.

A interiorizar más su propio pensamiento y adecuarlo a sistemas o razones que puedan satisfacer su sed interior e intentar responder a las preguntas más importantes sobre el sentido de la vida y del ser. En esta fase, el hombre que ha sido instintivo deviene espiritual, orienta hacia nuevos saberes su un tanto ya gastada energía, piensa, más que actúa, crea, más que cree en lo que otros digan.

Algo así, a gran escala, un fenómeno mental y cultural de esta naturaleza viene extendiéndose en nuestra sociedad, donde muchos hombres y mujeres en edad de trabajar, de producir, de generar riqueza y dinamizar lo que les rodea se ven recluidos en una vida más estrecha a raíz del paro o la pre--jubilación. Hombres y mujeres que llenan las calles de las ciudades españolas en número cada vez mayor, en horas laborables, y que parecen errar por escenarios urbanos sin tener un objetivo, un acicate, un plan de acción.

Por eso sería muy interesante que nuestros gobernantes se interesasen por las teorías de Jung, su raíz y desarrollo, a fin de dar salida a una nueva clase social de ciudadanos pasivos que, aún estando en la flor de la vida intelectual, no acaban de tener, ya no un empleo útil, sino ni tan siquiera un aprovechamiento coyuntural de su experiencia.

Los ejemplos son infinitos. Médicos que han dejado de serlo con apenas sesenta años, ingenieros que con la misma edad ya no construyen túneles del AVE, canales ni puentes, directivos de empresas con probada capacidad gestora que ahora, sin embargo, se ve ignorada y se desperdicia por la falta de un plan que contemple su aprovechamiento.

Aquella institución o partido político que consiguiera dar salida a este problema y convertirlo en un acicate social, vería premiado su esfuerzo con una amplia respuesta.