«En esos momentos no sabe uno de dónde saca la fuerza», afirma Ángel Perich Mayayo, quien prestaba servicio en el departamento de rescate de la base aérea de Zaragoza hace ya 40 años y hasta 1992, cuando los americanos abandonaron la capital aragonesa. En su participación en el incendio del hotel Corona, llegó a auxiliar a muchas personas que encontró en su camino. Pero lo que también rememora de aquel trágico día es el desconcierto: «Aquello parecía la torre de Babel. Se juntaba uno con otro… un desbarajuste total».

De aquella mañana se acuerda de cómo tuvo constancia del incendio. Fue de camino a la base cuando escuchó por la radio las primeras informaciones al respecto, minutos antes de las 8.00 horas. «Pensé que nos iban a llamar y cuando llegamos al departamento recibimos la llamada de un señor que decía que se había quemado la churrera y que aquello no se apagaba».

Tras preparar el dispositivo, salieron hacia el hotel, donde se encontraron con el primer problema: «Nuestro jefe habló con el de Bomberos, pidió agua y resulta que no había para abastecer nuestros camiones». También se percataron de que el humo se localizaba sobre todo en la parte de atrás, la que da al hospital Provincial. Por allí accedieron, empezando por las cocinas y el sótano. De ahí a las plantas 1 y 2, donde vieron cómo evacuaban a la familia de Franco. En su memoria también guarda otra imagen, cuando el futbolista José Ramón Badiola, que se alojaba en el hotel con Jorge Valdano, se precipitó desde un balcón: «Al caer, aunque le pusieron una lona, rebotó y cayó al suelo», describe.

«Fuimos subiendo una planta tras otra y nuestros compañeros americanos se quedaban en los descansos de las escaleras con las botellas de aire. Les hacíamos un gesto y nos las cambiaban», relata. Él alcanzó la sexta planta. Allí sintió que no tenía más fuerzas y decidió avisar a su superior para que lo sustituyera. «Fue un trabajo agotador», asevera.