Este sábado se cumple un mes desde que se tenía noticia del primer ingreso hospitalario por coronavirus en Aragón, en el hospital Clínico de Zaragoza. Un día después de que se produjese la primera mortal por la enfermedad en España, en Valencia. Desde entonces, la comunidad se ha ido sumiendo, a un ritmo similar al del resto de España, en un inédito confinamiento y un cambio de vida cuyo fin aún no se adivina y que no se sabe si terminará en paralelo al estado de alarma, con más de 200 muertos por el momento.

Mucho se ha discutido, y se discutirá, si la crisis se veía venir o no, si las medidas llegaron tarde o si son, incluso ahora, desmedidas. Es ilustrativo, y también sorprendente, echar un vistazo a la hemeroteca con solo un mes de perspectiva, que ahora parece un siglo. En aquel comienzo de marzo, cuando las mascarillas aún eran una extravagancia por las calles, el coronavirus comenzaba a ocupar espacio en las portadas pero competía con los prolegómenos del luego polémico 8-M, la instalación de Cabify en Zaragoza o la revuelta de los agricultores, ahora oficialmente esenciales.

La primera muerte por el virus en Aragón llegó el 6 de marzo, ya con las denuncias sanitarias por una falta de material que no se ha acabado de paliar, y que ha derivado incluso en sentencias judiciales de dudosa posibilidad de cumplimiento. Aquellos días comenzaron a crecer los contagios, todavía abarcables con los dedos de las manos, llegaron la segunda y la tercera muertes y los focos en residencias, involuntarios caladeros para el avance del virus.

Una semana después del comienzo, el 12 de marzo, el Gobierno de Aragón mutaba en gabinete de crisis permanente y tomaba la delantera con el cierre de las aulas, todavía con 15 casos y 6 fallecidos. Se sucedían las suspensiones de espectáculos culturales y deportivos, al ritmo del desplome de la bolsa.

ALARMA

Pero el verdadero shock llegó con el estado de alarma y el confinamiento, el 14 de marzo. Hace apenas medio mes, aunque ahora parezca media vida. Y lo que queda. El cierre generalizado de comercios y el aislamiento, no por esperado, supuso un mazazo más llevadero. Y ya toda la información giró en torno a prácticamente lo único que preocupa a toda la población.

Con el transcurso de las jornadas llegó la presencia de la Unidad Militar de Emergencias (UME) a las calles, luego otras unidades, el cierre de fronteras, la avalancha de ERTE y el cierre masivo de empresas, que obligaron al Gobierno central a canalizar unas partidas de 200.000 millones de euros para paliar en lo posible la crisis, y al Gobierno de Aragón, pocos días después, a poner todo su presupuesto a disposición de la emergencia. En pocos días, el discurso del presidente Javier Lambán pasaba de la «probable recesión» al «pozo económico», agravado por el cierre de los servicios no esenciales.

Mientras, el goteo de contagios y muertos crecía exponencialmente y llegaba a los 93 este lunes, que se han duplicado con creces en solo una semana.

En este panorama, la parte positiva la pone el esfuerzo de los sanitarios y otros trabajadores esenciales, como los del supermercado, sufridores de la histeria colectiva inicial. También el agradecimiento ciudadano cristalizado en aplausos vespertinos, y las innumerables muestras de solidaridad. Y por supuesto los curados, tres hace solo dos semanas, ahora camino de los 400. Despertaron de la pesadilla, como lo harán los aragoneses, algún día.