Los protocolos ahora están claros. La Cruz Roja llega, deja al paciente en la puerta, lo meten a la residencia, lo suben a la habitación con el ascensor sucio -así le llaman al habilitado para contagiados con covid- y entran en la habitación, en donde el equipo sanitario le realiza al recién llegado una primera evaluación. Mientras, los equipos de limpieza desinfectan allí por donde haya pasado el positivo. Diez meses después de su apertura, los trabajadores del centro covid de Casetas han conseguido automatizar los procesos que en un principio les generaron miedo por lo desconocido de la situación. A día de hoy han pasado ya por estas instalaciones 971 personas. Todas con coronavirus.

El primer centro covid se abrió en Yéqueda, Huesca, apenas una semana después de que se decretara el estado de alarma en marzo. En la actualidad siguen funcionando este mismo, el de Casetas y otro en Gea de Albarracín (llegó a haber cinco). Estas residencias se habilitaron para recibir a ancianos con coronavirus de geriátricos con brotes activos para restarles presión asistencial y poder separar a los positivos de los negativos. En la actualidad, tanto Yéqueda como Gea tienen residentes sin covid, que se han llevado allí porque en sus centros de origen ha habido contagios. Casetas es el más grande y es el único que sigue recibiendo contagiados que no requieren de hospitalización. Conforme las olas del coronavirus golpeaban la estadística su trabajo diario crecía. Más allá de los números, son personas las que han estado ocupando esta trinchera en la lucha contra el SARS-Cov-2.

«Al principio había mucho miedo. Se mezclaba el desconocimiento que había sobre la enfermedad con los rumores y los miedos y había muchos trabajadores que estaba muy angustiados. Les veías llorando por las esquinas… Hoy eso no pasa», cuenta Mariano Fago, el director de la residencia medicalizada de Casetas. El centro covid se montó de la nada: el edificio pertenece a una empresa que pensaba abrir un asilo para mayores, pero ahora lo tiene alquilado el Gobierno de Aragón. Hubo que contratar personal y dotar al edificio de medios y muebles para empezar a funcionar. A día de hoy la gestión depende del Salud y del Instituto Aragonés de Servicios Sociales. Hay más de cien trabajadores entre personal de limpieza, médicos, enfermeros, técnicos, auxiliares y trabajadoras sociales. El centro covid ocupa dos plantas, la tercera la utiliza el hospital Clínico de Zaragoza como una extensión de sus instalaciones.

El covid no ha dado tregua

«Hasta ahora ha sido una ola continua. Apenas pudimos parar dos semanas y ya tuvimos que abrir otra vez por los rebrotes de verano. Hemos tenido muchísimo trabajo», cuenta Fago. En la actualidad atienden a más de 40 residentes y su capacidad máxima es de 73 camas. Para cubrir las necesidades de personal, en un primer momento, se sirvieron de auxiliares de educación especial que estaban sin trabajo en primavera por el cierre de los colegios. «No sabían a donde venían ni habían trabajado nunca con personas mayores. Pero después muchos repitieron. Hemos conseguido hacer un gran equipo», cuenta orgulloso el director. Pero llegar a este punto ha costado. Trabajar cara a cara con la muerte no es fácil.

Lo sabe bien Esther Vitalla, una de esas técnicas auxiliares de educación especial que llegaron al centro sin saber qué esperar. El personal de Enfermería les formó y el miedo inicial mutó en «respeto». «Lo pasas mal porque los ves sufrir. Son personas mayores y piensas que podrían ser tus padres. Cuando nos lo ofrecieron no pude decir que no. Quise venir a ayudar, aunque no tuviera experiencia», explica Vitalla. Cuando se fue del centro se fue llorando y en cuanto ha tenido la oportunidad de volver, ha vuelto.

En esta cuarta ola todo ha ido mejor que la tercera, cuando todo estuvo a punto de desbordar. Entonces tuvieron que pedir refuerzos y hoy esperan que sea la vacuna lo que les esté quitando trabajo, porque eso demostraría su eficacia. Aun así, «la semana pasada fue horrible». Día a día tienen que soportar circunstancias poco agradables y nunca saben cuando se va a torcer una situación. «El alta se da cuando los síntomas han remitido y una serología nos dice que la infección ya no está activa. Pero se nos ha llegado a morir gente el día que iban a recibir el alta. Estaban bien y en dos horas empeoraban», explica Fago.

Arantxa García es una de las médicas que llegaron en noviembre tras la llamada de auxilio. «Las auxiliares de enfermería estaban desbordadas e hicieron un llamamiento. Cuando me lo ofrecieron lo primero que pregunté era si nos iban a dejar trasladar a los pacientes al hospital si se ponían graves. Me dijeron que sí y aquí vine. La verdad es que no hemos tenido ese problema», explica la doctora, que cuenta que esta semana están empezando a notar un descenso de trabajo. Gabriel Fustero, el coordinador de Enfermería, explica que la vacuna podría ser el factor diferenciador: «Aún es pronto para confirmarlo. La ciencia necesita reposo. Pero tenemos que vacunarnos todos. Es muy positivo. No sabemos si es por eso pero los que vienen con la primera dosis parece que tienen síntomas menos severos. Parece», insiste con prudencia.

Habitaciones dobles

En la residencia, los mayores viven aislados en sus dormitorios y no pueden salir. Hay habitaciones individuales y dobles, todas con baño, e intentan emparejar a los internos según afinidades y estado de salud para evitar roces. Cuando un trabajador entra a un cuarto se protege con una epi y tiene siempre otro compañero, denominado «espejo» o «circulante», que le alcanza al que ha entrado el material que necesita para evitar contaminaciones. Además, el acompañamiento es una de las funciones de más que tienen los trabajadores de este centro. «Es muy importante hacerles entender por qué están aquí. Una conversación puede marcar la diferencia entre que tengan un día malo y uno soportable», dice Fustero. «Aquí es personal asistencial hasta el personal de limpieza, porque cuando entran a limpiar hablan con los pacientes y eso les viene muy bien», añade el director, Mariano Fago.

El periodo de estancia medio de los pacientes supera las dos semanas, por lo que el vínculo que se crea entre estos y los trabajadores es muy estrecho. «Hay una mujer que nos lo agradece todo. Por cada cosa que le hacemos nos da las gracias. Son una pasada», explica una auxiliar. García, la médica, va más allá: «Son gente… El otro día dimos el alta a una mujer cuyo marido se había muerto. Salieron juntos de su residencia pero ella vino aquí y él al hospital. Nunca más lo verá, pero aún así se fue con una sonrisa y dándonos las gracias por todo», cuenta mientras lágrimas recorren su cara.

El contacto con las familias

Las trabajadoras sociales se encargan de hablar con las familias. Día a día, recaban información por las mañanas y llaman a las familias de cada uno de los residentes. Eso de lunes a sábado. Y dos veces por semana permiten que los residentes hablen con los suyos, ya sea por teléfono o por videoconferencia. «Hemos visto momentos muy chulos pero también hemos vivido cosas muy difíciles», rememora Lucía Allué, una de las trabajadoras sociales, que también es la encargada de llamar a los familiares cuando alguien muere.

Marta Torrecilla es la coordinadora del centro y se encarga de echar una mano a estas trabajadoras cuando lo necesitan. «Si es algo complicado les ayudo. Me ha tocado ya tres veces entrar a una habitación para decirle a un residente que su marido o su mujer se han muerto. Es muy duro. Y son muchos meses sin parar», cuenta.

Desde marzo, 1.417 personas han pasado por los centros covid de Aragón y hoy están ocupadas 57 plazas de las 107 que existen entre los tres centros. El cierre de estas instalaciones, sea cuando sea, está cada día más cerca, aunque para el presente año el Gobierno de Aragón ha presupuestado cinco millones de euros para su mantenimiento. Cuando se clausuren querrá decir que la pandemia habrá dejado de ser un peligro para los mayores. «Y será una buena noticia, pero aquí hemos vivido muchas cosas. Hemos creado un gran equipo. Cuando se cierre muchos nos iremos llorando», zanjan los trabajadores.