Levantado el secreto de sumario que pesaba sobre el crimen de Naiara en Sabiñánigo, comienza a trascender más información sobre las torturas a las que Iván Pardo Pena sometió a la hijastra de su hermano, Naiara Briones, tras las que la niña de 8 años acabó por fallecer en el hospital. Una mañana, la del pasado 6 de julio, en la que durante unas cinco horas apaleó a la niña y la castigó con una pala eléctrica matamoscas conectada a la corriente, entre otras prácticas, por no haber cumplido la tarea que le había enconmendado: copiar 20 folios de la lección de la escuela. Para ello la había hecho estar la noche anterior, arrodillada sobre unas piedras, en la casa.

Los letrados de la acusación particular -el padre biológico de la niña, Manuel Briones, que vive en Chile- y de las defensas, la del asesino confeso y la de su abuelastra y padrastro, prácticamente acaban de tener acceso a las voluminosas diligencias, de unas mil páginas, de la causa. En ellas figura que estos dos últimos parientes de la niña están investigados (anteriormente, imputados), por constituir el ámbito más cercano a la menor. Y es que, según el parecer de los guardias civiles y los sanitarios en un primer momento, la niña presentaba signos de tortura más antiguos que las lesiones que acabaron con su vida.

Ahora que han tenido acceso a la causa se espera su declaración en el juzgado sobre lo que sabían y lo que desconocían del trato que Iván Pardo, su hijo y hermano, dispensaba a la niña. También las sobrinas de Pardo, hijas de otra hermana y al cuidado de la abuela, aportarán información en este ámbito, siquiera como testigos. Por el momento las menores permanecen tuteladas por la DGA. Las niñas, junto con el propio Pardo, reconstruyeron con sus testimonios el crimen ante la jueza, unos relatos corroborados y completados con el minucioso análisis de la casa de la Guardia Civil.

Naiara había sido dejada al cargo de la madre y el hermano de su padrastro, Iván Pardo, a comienzos del mes de julio, por este y por su madre, que trabajaba fuera. Querían que estudiara y remediara las malas notas, y Pardo se encargaba de controlarla.

Para ello le obligó a pasar la noche del 6 de julio de rodillas sobre piedras, copiando 20 hojas de la lección. Pero por la mañana, después de que la niña desayunara con una de las otras menores y la abuela se fuera a trabajar, Pardo le preguntó por la tarea y ella reconoció que no la había hecho. Él se enfadó, se puso nervioso y comenzó a golpearle en la cabeza, marchándose al salón, donde se quitó la camisa y dijo que él «iba a sudar», pero que a ella «le iba a dar durante diez horas».

Para ello ya había preparado una pala matamoscas eléctrica, con un cable conectado, con la que dio descargas a la niña en los pies. Ante sus gritos, la amordazó con un calcetín fijado con un cinturón, y la ató de pies y manos con esposas (era vigilante privado) y una cuerda entre ellas.

Encerrados

A lo largo de horas siguió golpeándola, ordenando a las otras niñas que cerraran las ventanas para que no se escuchara nada o que limpiasen la cara de Naiara y golpeándolas también cuando trataban de interrumpir la tortura. La volvió a poner de rodillas sobre piedras y la levantó en vilo del pelo varias veces, hasta que cayó inconsciente.

Cuando, tras varios golpes más, constató que la niña realmente estaba inconsciente, prohibió a las otras menores que llamaran al 061. Él se llevó a la niña a la bañera, donde la intentó despertar con amoníaco y le intentó bajar la hinchazón de la cara con unos congelados. Mientras mandaba a las niñas que limpiaran la sangre y los restos, una de ellas se percató de que Naiara no respiraba, pero la reanimó e instruyó a las menores en qué tenían que decir, que se había caído por las escaleras.

Finalmente una de las niñas llamó al 061, y Naiara pudo ser atendida, aunque ya era tarde.

La «extrema gravedad, crueldad y dureza» de los hechos llevó a la jueza a enviar a prisión provisional a Pardo, donde con seguridad seguirá hasta que se celebre el juicio.