Los casos de violencia filio-parental subieron más de un 9% en Aragón en el último año del que se disponen datos, el 2019, según un informe de la Fundación Amigó, una entidad especializada en tratar este tipo de conductas. Las agresiones de hijos a sus padres son cada vez más habituales y, en el conjunto de España, no han dejado de crecer en los últimos años. El 2019 fue el primer año en el que se rompió la barrera de los 5.000 expedientes abiertos a jóvenes por esta causa. En total fueron 5.055, cuando un año antes, en el 2018, la cifra se quedó en los 4.833 casos. La incógnita está en cómo habrá influido el confinamiento y los largos periodos de estancia en casa en los números del 2020.

«Es imprevisible, no se puede prever lo que habrá pasado, pero entendemos que en el confinamiento habrá generado situaciones de estrés intenso», explica Paula Rocamora, una de las psicólogas de la Fundación Amigó, que extrae los datos de las memorias anuales de la Fiscalía. Así, en Aragón, en el 2019 se dieron 166 casos de violencia filio-parental (140 en Zaragoza, 21 en Huesca y cinco en Teruel), 14 más que en el año previo. Asimismo, la comunidad es la décima en España que más demandas registró, puesto que a la cabeza se sitúa Andalucía, que acumuló 1.136. Por detrás le siguen la Comunidad Valenciana, con 837, y Madrid, con 687.

Los datos son malos, pero Rocamora advierte de que los casos que se denuncian son solo el «10% o el 15%» de los que de verdad se dan. «Las familias tienen mucho sentimiento de culpabilidad y se avergüenzan de lo que ha pasado. Los padres se sienten responsables de que la situación haya llegado hasta ese punto de la violencia física y muy pocos casos llegan finalmente a la memoria de la Fiscalía. Hay casos en los que lo tienen muy claro y denuncian, pero en otros primero ha tenido que pasar de todo ya para que se decidan», asegura la psicóloga.

Y aunque no haya cifras, todo augura que en el 2020 el número de casos de hijos que ejercen violencia contra sus padres creció. Fuentes de la propia Policía Nacional afirman que, después del primer confinamiento, durante los meses de junio y julio, percibieron «un repunte de llamadas y atenciones para pedir información y asesoramiento» sobre este tipo de conflictos. «Sin duda es un fenómeno en aumento. Y no solo en Aragón. La pandemia ha conseguido que todo vaya a peor. Si algo iba regular ahora va mal. Y lo que iba mal ahora va muy mal. Todos los problemas se han exacerbado, y también la agresividad de los adolescentes hacia sus padres», afirma el presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, Juan Antonio Planas.

Según su experiencia, la mayor parte de las agresiones se dan por parte de adolescentes varones hacia sus madres, «sobre todo si están separadas» o en padres separados con otras parejas. Planas, asimismo, incide en la misma idea que Rocamora, la psicóloga de la Fundación Amigó, y explica que los casos que se ven son solo «la punta del iceberg». «Por cada padre o madre que denuncia a su hijo por violencia hay otros muchos que no lo hacen», cuenta. Y asegura que antes de llegar al límite de la violencia física, muchos jóvenes ejercen maltrato psicológico contra sus progenitores. «La violencia empieza con la desobediencia, los vaciles, las faltas de respeto, la violencia hacia los objetos... pero a nosotros solo vienen al final, cuando sus hijos ya han sobrepasado todas las barreras», explica Rocamora. La fundación en la que trabaja se dedica a la atención integral de menores y sobre violencia filio-parental tienen un total de 19 proyectos en toda España en el que hay 943 familias.

En la Policía Nacional, es el Grume (Grupo de Menores), adscrito a la Unidad de Atención a la Familia y la Mujer (UFAM), el que se encarga de este tipo de casos. Carlos Gracia es el jefe de esta unidad en Zaragoza y comenta que sí que se ha dado en alguna ocasión «intervenciones inmediatas» in situ cuando un hijo pega a sus padres, pero que «no es lo normal». «Somos el último recurso y normalmente cuando llegan a nosotros es porque los menores han sobrepasado todos los límites y la violencia ya es recurrente», dice Gracia. Su labor, muchas veces, consiste en asesorar a las familias que acuden a ellos para explicarles las consecuencias de denunciar a sus hijos, un momento que los padres temen. «Se creen que van a internarles en un centro de inmediato pero depende de la intensidad de la violencia. El internamiento es el último recurso aunque cuando hay denuncia ya es la Fiscalía de Menores la que se encarga. Pero primero se ofrecen tratamientos para reconducir la situación», explica este policía.

Casi el 65% de los agresores presenta alguna adicción

El perfil de los jóvenes que agreden físicamente a sus padres es muy variado, pero desde la Fundación Amigó han elaborado un estudio para determinar cuáles son los patrones más recurrentes. Así han determinado que la edad media de los hijos es de 15 años y medio, mientras que la de los progenitores es de 46 años y medio. El 71,11% de los casos se dan cuando los menores tienen entre 12 y 18 años y la violencia es ejercida fundamentalmente por chicos (un 63% frente al 37% de chicas). Además, el 30,53% son hijos únicos y el 16,81% estos han sufrido acoso escolar. Llama la atención en la estadística también que el 64,35% de los agresores presentan algún tipo de adicción mientras que en el 40,87% de los casos los menores han sido testigos, previamente, de algún tipo de violencia. Asimismo, el 74,01% han disminuido su rendimiento escolar. El informe de la Fundación Amigó también recoge que el 52,6% de las agresiones se dan en familias «nucleares», es decir, conformadas por dos progenitores, mientras que el 26,6% ocurre en familias monomarentales. Solo en el 5,6% de las ocasiones son familias con un solo padre varón.

Causas y soluciones

Se considera violencia filio-parental al conjunto de conductas reiteradas de agresiones físicas, psicológicas o económicas dirigidas de los hijos e hijas a sus progenitores o a aquellos adultos que ocupan su lugar. Se excluyen de la definición los casos de violencia puntual, los que se producen en un estado de disminución de la conciencia, el autismo, la deficiencia mental grave y el parricidio sin historia de agresiones previas.

«Los problemas complejos requieren de soluciones complejas. No hay unas pautas que poder seguir para que la situación se remedie», explica Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía. La clave, explica, está en la educación que reciben los menores: «Hoy en día hay más laxitud en las costumbres y la educación es más permisiva. Hay que enseñarles desde pequeños que la frustración existe y que no van a conseguir todo lo que quieren en esta vida. Si aprenden a que con violencia y el chantaje pueden alcanzar sus objetivos, es lo que van a hacer. Ante cualquier signo de violencia hay que ser contundente y no ceder, pero tampoco se puede culpabilizar a las familias», cuenta Planas.

Por su parte, desde la Fundación Amigó, la psicóloga Paula Rocamora explica que es muy importante «encontrar un equilibrio entre impartir una educación «punitiva y autoritaria» y una demasiado «permisiva y sobreprotectora». Ambas pueden conducir a la violencia filio-parental, aunque otras causas son, explica esta profesional, «los divorcios mal gestionados». Así, en la fundación en la que trabaja tratan a los menores violentos mediante una serie de terapias en las que también se involucra a los progenitores y a otras familias que pasan por la misma situación. «Enseñamos a los padres a transmitir cariño y cómo establecer las normas básicas de convivencia», explica.