La industria española del automóvil despierta poco a poco del letargo forzado al que se ha tenido que someterse por culpa de la pandemia de coronavirus. Lo hace algo aturdida por las múltiples incertidumbre que sobrevuelan sobre un sector que lo es todo para el economía y el empleo de Aragón y buena parte del país. A las heridas provocadas por el abrupto parón de la producción y el desplome de ventas durante los dos meses de confinamiento, se suma ahora el temor a que la demanda de coches tarde en despegar.

La planta automovilística de PSA en Figueruelas volverá a funcionar a partir del lunes, pero lo hará al ralentí, con solo un turno de trabajo y en una de sus dos líneas de producción, la del Opel Corsa, lo que supone trabajar a una sexta para de su capacidad. Será una de las últimas fábricas del sector en España en reanudar la actividad, que retomará tras con extremas medidas para prevenir el contagio de la covid-19.

El reinicio de PSA, que cuenta con 5.500 trabajadores, tendrá un efecto rebote en la industria auxiliar, con la reapertura de plantas que también cerraron como la de Lear en Épila. No obstante, la mayor parte de los proveedores estaban ya en marcha para atender pedidos del exterior o de otras factorías de coches del país que abrieron antes, aunque trabajan a medio gas (20%-30% de capacidad), explican desde el Cluster de Automoción de Aragón (CAAR),

Que la actividad vaya cogiendo tono dependerá de las ventas, es decir, de cómo sea la reapertura de los concesionarios y la respuesta de los consumidores europeos. En España, volverán a abrir desde el lunes en la mayor parte del país al acceder a la fase uno de la desescalada. «Hay que ser muy prudentes y fabricar lo que el mercado demandas», destacan.

Sin excluir al diésel

El sector cruza los dedos. El espejo de China invita al optimismo. Allí las ventas han cogido fuerza a gran velocidad tras el fin del confinamiento, debido en parte a la preferencia por el uso de coche particular en lugar del transporte público ante el miedo al contagio.

Así las cosas, la columna vertebral de la industria y la economía aragonesa contiene la respiración ante lo que está por venir. El sector teme una crisis incluso mayor a la del 2008, lo que provocaría un reguero de despidos. Para evitar la hecatombe, las patronales del motor (Anfac, Faconauto, Ganvam y Sernauto) urgen al Gobierno un plan de choque con incentivos a la compra de vehículos, pero de toda clase de tecnologías, incluidos los motores de gasolina y diésel más eficientes.

El cortocircuito ha llegado en pleno lanzamiento de la estrategia de descarbonización de la movilidad, que pivota en la apuesta por el coche eléctrico. Un mes antes de que se decretara el estado de alarma, Figueruelas se adentraba en esta nueva era con el inicio de la producción del Corsa enchufable. El reto de los eléctricos, ya de por sí plagado de dificultades, parece ahora condenado a enfriarse. El bolsillo de los consumidores se va a estrechar, lo que disuade aún más la compra de estos vehículos de mayor rango de precios. «No queda otra que replantear los objetivos», defienden en el sector.