Al que debiera ser flamante AVE Madrid-Zaragoza-Lérida le corren por las tripas tantas chapuzas y chanchullos que cada vez está menos claro cuándo será posible alcanzar la auténtica alta velocidad o cuándo acabarán los retoques, reparaciones y arreglos. Esto se veía venir y ya lo avisamos los optimistas bien informados a quienes los madamases de turno suelen desautorizarnos por pesimistas. El AVE que pasa por Zaragoza es un avechucho, un pájaro tocado del ala. Y para colmo nuestras autoridades regionales y locales, las de antes y las de después, hicieron las cosas tan rematadamente mal, prepararon con tal descuido el advenimiento de la gran novedad ferroviaria, que hoy todo anda embarullado, desde el desarrollo urbanístico de los terrenos afectados hasta la proyección de la red de transporte local mediante metro y trenes de cercanías.

Para gozo de quienes más responsabilidad tienen en el caso (administraciones del PP todas ellas), el tema es muy complejo y ha acabado por salpicar a casi todo quisque que ha tenido algo que ver con el. Aún andamos a vueltas con los aprovechamientos urbanísticos de los suelos liberados por Renfe y con las infraestructuras que deberemos financiar vendiéndolos al mejor postor (conste en acta que estoy de acuerdo con Andrés Cuartero en que cabe más vivienda en los susodichos terrenos, sólo que gran parte de esa vivienda debiera ser protegida y de precio tasado). Tampoco sabemos cómo podrán organizarse las dos líneas básicas de metro ligero que deberán cruzar Zaragoza (se barrunta que si el metro de Bilbao tiene porte de kilómetro, el de Zaragoza puede acabar con dimensión de centímetro). Y de las cercanías y otros servicios convencionales, para qué hablar. Esto no es lo que se nos había prometido.

El AVE a doscientos por hora no deja de ser un sucedáneo. Para ese resultado no era menester gastar lo que se ha gastado. Claro que en este envite no todos habrán perdido. ¿Se me entiende?