El consejero aragonés de Medio Ambiente está encantado de haberse conocido (verdaderamente Boné es un señor simpático y rocero) y mi admirada Cristina Narbona, ministra del mismo ramo, también ha acogido la noticia con sonrisas y parabienes. Así que la decisión judicial que adjudica en exclusiva a las autonomías la gestión de los parques nacionales debe ser una cosa estupenda y habría de llenarnos de gozo... Pero a mí, lo confieso en voz baja, sus consecuencias me dan miedo.

La experiencia demuestra que cuando los grandes programas conservacionistas son fracturados por mor de la descentralización su efectividad disminuye, y que cuando las áreas protegidas quedan en manos de administraciones cercanas quedan también a tiro de intereses no menos próximos. Y en España (un país tan inmobiliario y tan poco ecologista) ya sabemos lo que pasa. Basta con ver el brutal ritmo de descalificación de espacios naturales a que se vienen aplicando los gobiernos de Murcia y Valencia, o las debilidades de la Junta andaluza. En cuanto a nuestra tierra noble, es innegable que si la asignatura medioambiental la llevamos con exagerado relajo, promover urbanizaciones y destripar montañas nos pone cantidad (tanto que incluso dedicamos a ello algún buen pellizco de dinero público).

En fin, espero que aquí no suceda como en otros países (estoy pensando por ejemplo en la India, donde tras la muerte de indira Gandhi el programa de recuperación del tigre se repartió entre los estados y de inmediato entró en crisis), y hago votos porque se mantenga algún control suprarregional sobre los parques nacionales. En todo caso, consejero Boné, cuídenos mucho Ordesa y sus alrededores, extienda la protección por el Pirineo, impida los desatinos... Porque después de haber visto el monopoly del esquí (¡el negocio de la nieve!) que ha sacado Aramón como gadget promocional, las personas humanas tenemos los pelos de punta... en blanco.