Mientras don Eduardo Ameijide, el exdelegado, solicita volver a su plaza en la Administración Pública y doña María Antonia Avilés se pregunta estupefacta quién se ha comido su escaño en el Parlamento europeo, las obras de la Estación de Delicias se abren en canal para enseñarnos sus retrasos, desfases y trampantojos. Les digo a ustedes que nada hay tan fascinante como asomarse a la auténtica realidad, cuando emerge imparable tras un vuelco electoral (y más cuando dicho vuelco se produce de forma inesperada). De repente, lo que estaba tapado se descubre, los eufemismos se deshacen, las mentiras se caen por su propio peso.

En el extraño viaje que hemos vivido de ayer a hoy, menudean las pequeñas tragedias personales. Hay casos bastante tremendos, como el de la eurodiputada Avilés, cuya presencia en Estrasburgo aseguró al PP una voz originalmente aragonesa pero disciplinadamente partidaria del trasvase del Ebro. Papel difícil sin duda, que en buena lógica había de merecer la adecuada recompensa. Mas tan ingrata es la vida, que a la pobre Maria Antonia le han dado de lado para hacerle hueco a la señora Rudi o al periodista Herrero o a cualquiera de los exministros en paro. Y digo yo: ¿Qué van a sacar en claro los populares aragoneses después de pegarse cuatro años remando contra corriente y defendiendo lo que aquí es indefendible? ¿Dónde quedarán los premios prometidos, los cargos, las prebendas? Ahora apenas pueden aspirar a una palmada en la espalda. Cosa más patética no se había visto ni siquiera cuando el PSOE se pegó el tozolón allá por el 95-96.

Estamos acongojados porque la macroestación Intermodal va a costar más de treinta mil millones de pesetas (otra barbaridad para el libro de los récords urbanos de Zaragoza) y en ella aún hay tajo para dos años más. Aquellas inaguraciones de Pacocascos&Benigno nos han de pegar unos sustos casi, casi tan morrocotudos como el que debe llevar la pobre Avilés.