A mi político español preferido, Jaume Matas, ya no le parece que la propuesta de Maragall para reconstruir los vínculos políticos entre los territorios de la antigua Corona de Aragón venga a ser hoy un ataque a la unidad de España. Qué va, hombre. El propio Matas convocó hace apenas un par de semanas una reunión para formar otra de esas reagrupaciones territoriales, que en tal caso había de reunir a sus islas Baleares con Valencia y Madrid. Al contubernio (pepero cien por cien) le pusieron de nombre El Eje de la Prosperidad . Como ven ustedes, España de repente se ha vuelto un concepto más flexible, como un puñadito de plastilina, como uno de aquellos coches concepto , que son cabrio, berlina, monovolumen y furgoneta a la vez.

Cuando se producen cambios drásticos en la titularidad del poder, es fácil descubrir que casi todo es posible. Y cuestiones que ayer eran dogma de fe patriótica se convierten sin más transición en temas secundarios, intrascendentes, prescindibles. Por eso al PP aragonés ya no le parece tan necesario recrecer Yesa a la cota más alta, como el PSOE regional ha dejado de considerar ineludible el paso por Teruel del AVE Valencia-Madrid.

En una muestra más de cuánto pueden cambiar las cosas, nuestro presidente Marcelino se va a llegar a la Moncloa a reclamarle al baranda del Gobierno español las infraestructuras que a Aragón se le deben. Con un par, oigan. Sólo me atrevo a sugerir que la respuesta de Zapatero sea concreta en lo descriptivo y sujeta a plazos en su realización. O sea, que no se salga por la tangente con las vaguedades de rigor: bla, bla, bla, leré, leré. Porque en lo que a nuestra ínclita comunidad se refiere, es habitual que los jefes de Madrid se despachen con promesas nebulosas (siempre las mismas, puesto que nadie las acaba de cumplir) de las de usar y olvidar. Hasta la fecha, éste es uno de los pocos aspectos de la política que no suelen cambiar en el tránsito del ayer al hoy.