Hay dos formas de llevar el disfraz: o por encima del abrigo, o por debajo. Y eso que ayer en Zaragoza hacía tan buen día que a la segunda canción era necesario sacarse el sombrero. Miles de niños abarrotaron la calle Alfonso para vivir la comparsa que el conde de Salchichón preparó para conmemorar el carnaval. Para disfrutar de la fiesta no hace falta ni saber andar. Basta con un familiar que empuje el carrito calle abajo.

En la aglomeración destacan las alas de un grupo de moscas y los cucharones gigantescos de los cocineros. Un superhéroe intenta esconder su identidad debajo de una máscara azul. «Lo que más me gusta son los gigantes», asegura.

El organizador de todo el tinglado y sus amigos viajan en una enorme carroza. Acompañados por una banda de jazz arengan a los pequeños. «Hoy se pueden hacer travesuras», les recuerdan. Básicamente es el lema de la fiesta: Danzad, danzad, que es Carnaval. Los ritmos son variados: desde lo más tradicional al swing pasando por los bailes tribales. Un no parar.

La comparsa de gigantes sigue su camino acompañados de dulzainas y tambores. De las calles aledañas salen compañías de animación que se unen al jolgorio. Una rana gigante y unos artefactos metálicos que lanzan enormes pelotas. El rabo del disfraz de león impide correr a su encuentro.

En la plaza del Pilar decenas de familias hacen cola para alcanzar el tragachicos. El popular baturro está ataviado con un antifaz, pero no pasa desapercibido. Los niños entran por la boca y salen por el trasero. «No me ha dado nada de miedo», asegura Laura Calvo vestida de tortuga ninja.

En cada una de las esquinas de la plaza una animación diferente. Teatro, cuentacuentos, danza y hasta una pequeña noria de madera. «Es una vergüenza que haya venido tanta gente disfrazada de padre», bromea uno de los animadores.

La multitud se concentra frente al escenario principal. Al poco irrumpen descontrolados todos los personajes del carnaval zaragozano. Algunos pequeños ya conocen sus nombres. El rey de Gallos salta mientras el conde de Salchichón se dirige al público. «Saludos a los cuerpos de seguridad y a los honrados ladrones», ironiza. Los abucheos se los gana doña Cuaresma. La verdad es que entre los asistentes hay pocas ganas de comer borraja como recomienda la anciana del bacalao seco entre las manos. «Es una marimandona», critica algo avergonzado Javier.

En las semanas previas en los coles zaragozanos han preparado a fondo la fiestas. En algunas clases han estudiado el origen de arquetipos como el caballero de la Hornilla, don Carnal o la mojiganga. Todo para transmitir a las nuevas generaciones el sentido transgresor de la celebración.

La música de Los titiriteros de Binéfar llena el ambiente. Con un repertorio de canción protesta parece más sencillo eso de saltarse las normas. «Nos conocemos todas sus canciones desde siempre», explica Elena Esteve mientras hace un corro con su hija. La madre lleva bombín; la pequeña va de princesa.

Finalmente, la despedida y la vuelta a la normalidad. Con pañuelos blancos niños, abuelos y tíos le desean un buen viaje a un conde de Salchichón que sale volando entre decenas de globos. Toca guardar trajes, máscaras y maquillajes para el año próximo año.