Las labores de campo no se detienen ni aunque sea día de manifestación. Ni aunque sea la manifestación más grande de estas características que se recuerda por el centro de Zaragoza. Los riegos se mantienen y las granjas deben ser atendidas. Buena razón para que Jordi Batlle comenzara ayer su labor varias horas antes de lo habitual. Vive en un diseminado de Miralbueno y a su alrededor el paisaje mezcla de urbano con lo rural y uno de los últimos representantes de la (antaño) afamada huerta zaragozana.

Así, con la tarea lista, monta en su tractor poco antes de las ocho y pone rumbo a Zaragoza. Los primeros agricultores en llegar a la zona de concentración previa a la marcha por la ciudad son los de Utebo, Pinseque o Pedrola. La Policía Local se aprecia distribuida por las rotondas del barrio de las Delicias. Por el momento no hay conflicto entre los vehículos agrarios y los turismos, los taxis y los autobuses. «No me explico cómo os podéis meter los jóvenes en esto de la agricultura», les comenta a Jordi y Jésica Yagüe, su pareja, uno de los veteranos.

Lo cierto es que su trayectoria vital no es la más común en estos momentos. Batlle comenzó en la explotación como tractorista. Y con la jubilación del propietario decidió comprarla y realizar una inversión desde cero. «Es algo que ya no hace nadie», reconoce. Las cosas fueron bien durante un tiempo, pero en los últimos años los costes se han disparado. En los ejemplos que pone aún cita los precios en pesetas de cuando la crisis del sector primario no era tan aguda.

Van llegando las columnas de agricultores. Se pueden clasificar en dos grupos buen diferenciados. Por un lado, los que le han dado un manguerazo al tractor y lo han dejado reluciente. Por el otro, el resto, con su barro sobre el capó. El olor a grasa se mezcla con el que provocan integrantes de la cooperativa de Ejea, que han instalado una parrilla y asan longanizas y pancetas.

En los tractores preparados para manifestación se unen las banderas sindicales, algunas aragonesas, bastantes de España y pocas con el negro pirata. De rondón, también se han sumado algunos apicultores que quieren mostrar el problema que sufre el sector de la miel. A su alrededor, un intenso olor a humo.

Una ruina

En la actualidad Batlle produce hortaliza, pero destinada a la congelación. La tradidional venta directa en Mercazaragoza «es una ruina», dice. Pero no quieren rendirse. «Aguantaremos porque es lo que quiero, pero no hace ninguna gracia ver que cada vez se gana menos», evidencia Yagüe. Gracias a su trabajo como educadora social aporta un sueldo fijo a la familia. Una estabilidad que la tierra no puede garantizar. Y que no les permite meterse en una hipoteca ni en mayores inversiones.

La marcha que busca tomar Zaragoza va con bastante retraso. Pero solo parecen ponerse nerviosos los organizadores. Pasan de las diez de la mañana y todavía siguen llegando tractores. Los voluntarios los distribuyen por el aparcamiento para facilitar la salida. El resto de asistentes se lo toma con calma. Sobre los contrapesos delanteros los grupos siguen con sus almuerzos: tortillas, algún queso y las botellas de vino. Todos se mueven entre la resignación y la esperanza. «Ahora no podemos parar, tenemos que llegar hasta el final», dice Batlle. Colapsar el centro de la capital puede ser un buen toque de atención a las autoridades administrativas.

Un grupo de turolenses ha venido con sus hijos, que parecen preparados para un carnaval agrario: sombrero de paja, mono rojo de trabajo y unos tractores de plástico. Las pancartas: Sueño con ser agricultor. Esta fue la situación de Jordi, cuando acudía con su tío a los campos de Tarragona, de donde es originario. «Siempre ha sido un apasionado de esto: mis vacaciones desde niño eran ir a trabajar con él», dice. Como para no seguir luchando. H