Alicia Asín, CEO de Libelium, repasó en su intervención todas las posibilidades tecnológicas relacionadas con el agua que podrían tener al Ebro como banco de pruebas para su desarrollo y exportación. Desde el control de calidad de las aguas o de análisis de derroche agrícola hasta sistemas de alerta temprana ante crecidas que permitan alertar a la población.

A este respecto, Marisa Fernández, del clúster para el uso eficiente del agua Zinnae, consideró que Aragón «puede y debe ser un referente en la gestión del agua en el ámbito rural, como lo fue en Zaragoza a la hora de reducir el consumo». Advirtió de que hay muchas áreas de investigación en las que avanzar, como la reutilización del agua -solo se reaprovecha un 0,8%- o la creación de infraestructuras resilientes, que puedan rehacerse tras un episodio de crecida porque, con el cambio climático, tanto estas como las sequías extremas serán cada vez más frecuentes.

Josefina Maestu, la que fuera directora de la oficina de la ONU para la década del agua en Zaragoza, recordó que pese a la percepción de que la gestión hídrica es buena en España y Aragón, la ONU está imponiendo multa de 150.000 euros diarios por la falta de depuración. También incidió en la necesidad de adaptarse a «escenarios de incertidumbre» propios del cambio climático, señalando proyectos como los de devolver el espacio al río que se desarollan en Holanda, o el aviso de crecidas al ciudadano en Navarra.