Buena parte de la hostelería de Aragón va a tener que regresar al escenario de pandemia vivido en los meses de marzo y abril, cuando todos los establecimiento tuvieron que cerrar por fuerza mayor por el estado de alarma declarado por el coronavirus. Esta vez habrá criba, pero la mayoría se verán obligados a volver a bajar la persiana de sus negocios a partir del próximo lunes al estar prohibida la apertura interior de sus locales por la entrada en vigor del nivel de alerta 3 decretado por el Ejecutivo autonómico. Solo se salvarán aquellos bares, cafeterías y restaurantes que cuenten con terraza o aquellos a los que les resulte viable mantener abierto solo con el servicio de pedidos para llevar o de entrega a domicilio (delivery).

La emblemática zona de tapas de El Tubo es un buen ejemplo de lo que está por llegar. Dar un paseo ayer por sus calles era una ejercicio de melancolía. Camareros cabizbajos, dueños desolados y locales con las persianas a medio abrir para hacer limpieza y preparar otra hibernación forzada por los derroteros de la pandemia.

«El mayor problema es no saber hasta cuándo durará esta situación y que seguimos pagando todos los impuestos», se quejaba Daniel Mallor, uno de los propietarios de La tasca de Pablo, en la calle Libertad. Al igual que les ocurre a la mayoría de los bares, la falta de una terraza amplía hace «inviable» que pueda continuar operando: «Tenemos dos mesas y a partir del lunes solo podríamos utilizar una, así es imposible seguir».

Los últimos meses, explica, han estado plagados de dificultades, con varios cierres y reaperturas en función de cómo evolucionaba la crisis sanitaria en la ciudad, y unas ventas que no llegaban «ni al 50% de antes». «Funcionábamos muy bien hasta el coronavirus», lamentó el hostelero, que ve «injustas» las nuevas restricciones impuestas.

LOS HAY QUE SÍ SEGUIRÁN ABIERTOS Y OTROS CON DUDAS.

Son pocos los bares y restaurantes que cuentan con amplías terrazas que les permitan cubicar sus cuentas ahora que solo podrán tener en servicio el 50% de las mesas que tengan autorizadas. El restaurante La Lobera del Martín, situado en plena plaza España, es uno de ellos. «Nos sentimos unos privilegiados. Nos damos por satisfechos con mantener los puestos de trabajo», apuntaba Israel Bernal, jefe de rango del establecimiento. Aunque la cosa, reconoce, no está para echar cohetes: «nos da para cubrir gastos y nada más».

Los hay que todavía no han decidido qué harán a partir del lunes, como Alma criolla, un bar de La Magdalena especializado en empanadillas argentinas. «No tenemos terraza pero estamos valorando seguir solo con la comida para llevar. Igual probamos la semana que viene a ver qué tal nos va», afirmó la dueña, Celina Willimburgh. Reinventarse o morir. Es el difícil dilema al que se enfrenta la otrora pujante hostelería zaragozana.