Hay personas que convierten la actividad a la que dedican su vida en una proyección permanente hacia los demás. Sucede con algunos médicos y con bastantes sacerdotes. José Carvajal Gallego es un ejemplo de esos ciudadanos que, más allá de las características ya especiales de su cometido, convierten el servicio al prójimo en un hábito, en una obligación. Desde hace 32 años su presencia es familiar en la zaragozana Casa de la Madre Admirable, un centro que, por fortuna, responde a su título, y reúne animosas mujeres que por el camino de la laboriosidad y la formación aspiran a que su cometido sea ejemplar. En estos días, José Carvajal cumple sus bodas de oro sacerdotales. Hace cincuenta años, en un día de San José, se ordenó sacerdote, y conoció esos pueblos de los años cincuenta, donde había casi más necesidad de trigo que de oraciones.

El padre José Carvajal supo cumplir con sus obligaciones sacerdotales y con su amor al prójimo, y seguramente recordará estos días tantos rostros que vinieron al mundo y lanzaron sus lloros junto a la pila bautismal, esos otros felices y sonrientes de un hombre y una mujer que emprenden un nuevo camino, y los momentos de dolor de las despedidas postreras. En Casa de la Madre Admirable el padre José Carvajal es una referencia, algo consustancial. Y las socias saben de su bondad, de su entrega, de su buen humor y de su permanente caridad. L. DEL V.