Muy aguerrida tendrá que ser la brigadilla municipal encargada de limpiar las riberas del Canal, y no digamos las del Huerva. Porque en unas y otras orillas abundan la porquería, el abandono y la más absoluta de las miserias. En vez de brigadilla necesitaríamos que el ministro Bono mandase una división entera. Y a cambio la ciudad podría concederle su medalla de oro o cualquier otra chapita de ésas que tanto le gustan al excelentísimo baranda de la Defensa nacional.

Las orillas del Huerva llevan años acumulando mierda en grandes cantidades. No se arreglaron los desperfectos causados por la última riada ni se han retirado las toneladas de plásticos que agobian las riberas. A la altura de Goya y de la Gran Vía, en pleno centro de Zaragoza, aquello es para echarse a llorar. Sólo faltan las viejas salidas de los antiguos albañales, algunas de las cuales todavía vierten no sé qué nauseabundos líquidos al pobre río.

El trato que la capital aragonesa ha dado a los cauces de agua que la cruzan es un perfecto exponente de brutalidad urbanística y de desprecio por el paisaje y el medio ambiente. Después de la que les ha caído a los ríos y al canal y del deterioro sufrido tanto por sus riberas como por sus aguas, arreglar el chandrío será complicado; en algunos casos, imposible. Además costará una pasta gansa (si se hace bien), que nadie sabe de dónde podrá salir porque la Casa Consistorial esta empapelada de facturas sin pagar y minada por los agujeros financieros y el déficit. Ahora nos vamos enterando de que Rudi, Atarés y los suyos hacían las cuentas a la remanguillé mientras presumían ante el respetable de estar ordenando la Hacienda municipal. Tal es así que, o el profesor Lafuente hace un milagro o en los próximos ejercicios nos van a meter un crujido de tasas e impuestos que el de este año nos parecerá de broma.

Pero póngase a funcionar por fin la brigadilla limpiadora. Aunque hayamos de pagarla a escote.