Se vayan ustedes a la Hemeroteca, se cojan EL PERIODICO de la primera semana del 2004 y lean los augurios que hice desde esta misma columna. Salvando los cambios bruscos en el escenario nacional (la tragedia del 11-M), casi todo lo demás está anticipado en esta columna: el posible cambio de ciclo político, el papel de Aragón en dicho cambio, la relación entre la victoria de Zapatero y la resolución positiva de los dos factores que entonces inquietaban a los aragoneses (el trasvase y la Expo), los problemas que aguardaban al PP... Un prodigio, oigan.

Pero para el año que viene... No sé, lo veo todo demasiado claro, muy rosáceo y positivo. No que es a mí me guste hacer de Casandra y pintar de negro el porvenir, al contrario. Pero es que ahora mismo tenemos una perspectiva tan llena de inversiones, autoestima, consenso social y apoteosis aragonesa, que, la verdad, me pongo a escribir y la miel y el azúcar fundido me chorrean por los dedos, éstos se me pegan al teclado del ordenador y acabamos (el aparato y yo) hechos puro almíbar. Luego la clientela habitual se queja y algunos llegan a pensar que tanta (y tan inusual) dulzura se debe a que me estoy haciendo mayor, a que le quiero bailar el agua al PSOE o a que intento que me den algún puesto de campanillas bien en la organización de la Expo bien en la nueva televisión autonómica. Mas de las tres suposiciones sólo la primera es cierta, la segunda me parece dudosa y la tercera la veo casi surrealista (pero cosas más raras se han visto y se verán).

Lo más cierto es que vivimos en un mundo raro y cambiante en el que los arúspices ya no tenemos tan fácil auscultar la actualidad para predecir el futuro. Sólo Aragón resplandece en medio de la incertidumbre global: en el 2005 empezaremos a poner en marcha la Expo, Belloch e Iglesias se harán amigos y torearán al alimón, la gente estará contenta, correrá el dinero, seremos felices y comeremos perdices (aunque sean de repoblación). O así.