En una vieja fotografía de prensa, un niño de unos ocho años, con un característico mechón de pelo, habla mientras sonríe a duras penas a unos milicianos pertrechados con armas, correajes y cartucheras que le escuchan con atención.

La imagen es obra del fotógrafo Agustí Centelles y fue tomada en 1936, al comienzo de la guerra civil española, en el pueblo de Siétamo, que acababa de caer en manos del Ejército republicano en su ofensiva fallida para tomar la ciudad de Huesca.

Esa instantánea quita el sueño hace años a Joaquín Gasca, fotodocumentalista y conservador de la colección fotográfica privada de Octavi Centelles, hijo del famoso redactor gráfico. Gasca quiere averiguar, a toda costa, quién es ese niño de expresión un poco triste y qué ha sido de él.

«No sabemos nada de ese chaval, ni siquiera su nombre», subraya Gasca, que nació en Barcelona, pero es oriundo de Calanda y se siente «aragonés al cien por cien».

Ahora, 84 años después del momento captado para siempre en esa fotografía en blanco y negro, el fotodocumentalista se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Siétamo y con entidades memorialistas de Huesca para que le ayuden a identificar al menor.

La foto se ha distribuido, vía WhatsApp, entre todos los vecinos de Siétamo, señala José Luis Usé, alcalde del pueblo. «Se ha hecho llegar a los hijos de personas que tienen 90 y más años y que, cuando estalló la guerra, eran también unos niños». Es un reducido grupo de personas, «solo cinco o seis», en una localidad de 800 habitantes. Pero ellos pueden tener la clave, quizá el punto de partida para una búsqueda exitosa.

Y ha habido avances. Por un lado, «una vecina nonagenaria ha avanzado un posible nombre». Además, se ha podido comprobar que ese mismo niño «aparece en otra foto de periódico un año más tarde, durante una visita del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, al frente de Aragón», explica Gasca.

Está entusiasmado. Ya en el 2013 lanzó otra investigación para tratar de llegar hasta ese pequeño, que, en el caso de seguir con vida, tendría más de 90 años en la actualidad. Pero aquella tentativa quedó en nada y ahora Gasca presiente que, por fin, ha dado con una buena pista.

Para él, la fotografía en cuestión tiene un valor enorme y múltiple. «No es solo un documento histórico sobre la guerra civil, es también y sobre todo el reflejo de una tragedia personal», afirma.

Aquel niño, sea quien sea, esté vivo o muerto, acababa de perder a toda su familia. Sus padres y sus seis hermanos habían sido fusilados por las tropas de los sublevados tras uno de los encarnizados combates que se libraron en torno a Siétamo al comienzo de la contienda.

Doblemente golpeados

De hecho, cuando la imagen se publicó por primera vez en el diario Ahora el pie de foto explicaba a los lectores que el muchacho de la imagen estaba contando a los milicianos lo que le había ocurrido a su familia.

Siétamo, a un paso de Huesca, cambió varias veces de manos en el curso de la ofensiva y sus habitantes sufrieron en sus carnes las atrocidades de la guerra. Unos fueron golpeados por los rebeldes, otros por los republicanos. De forma que el conflicto, según la forma en que lo vivió cada familia, dividió a la población en dos bandos, como ocurrió en todos los pueblos y ciudades de España.

Pero más de 80 años después «la gente se ha ido olvidando y lo que quiere es no reabrir viejas heridas», dice Usé, que explica que el pasado febrero, por primera vez, el grupo recreacionista Primera Línea, montó una representación «neutral» de la batalla de Siétamo en la misma localidad, con exposición incluida.

Usé, como Gasca, y como Dani Abadía, responsable de Primera Línea, han puesto puestas muchas esperanzas en encontrar al niño huérfano de la foto. «Tiene unas facciones marcadas, pero aun así su rostro no nos suena», lamenta el alcalde.

Y, para complicar las cosas, Siétamo, que ahora crece a costa de Huesca, fue hasta no hace mucho un pueblo de emigrantes. Hubo gente que se exilió al término de la guerra y no fueron pocos los vecinos que marcharon a Barcelona y Zaragoza en los años 60 del pasado siglo, e incluso más lejos, a América.

¿En qué grupo de la diáspora local iba ese chaval desconocido? ¿O se quedó cerca? Quizá fue a parar a un hospicio o un pariente se hizo cargo de él. «No lo sabemos, no tenemos ni idea», reconoce Joaquín Gasca, que prefiere no perderse en conjeturas. Lo que este fotodocumentalista busca es una pista fiable, una sola, a partir de la cual empezar a tirar del hilo. «Es algo que me obsesiona», dice. Porque, insiste, él no es feliz hasta que desvela la historia que hay detrás de cada víctima anónima que aparece en las viejas fotos de la guerra civil.

Recrear el pasado

Dani Abadía, del grupo recreacionista Primera Línea, cree ver el mismo Siétamo de la guerra civil cada vez que pasa por la carretera de Huesca a Lérida.

«Visto desde el oeste, el pueblo tiene el mismo perfil que en 1936, con la torre de la iglesia destacando sobre los tejados de las casas», explica. Es como si nada hubiera cambiado, pero sí lo ha hecho. Hasta el punto de que ahora Siétamo no es el escenario de un enfrentamiento sangriento entre españoles sino de una puesta en escena, como la que se hizo el pasado mes de febrero, en la que los actores salieron por las calles con los uniformes militares de entonces, se montó una exposición sobre la guerra y se giró una visita guiada a los lugares donde se había combatido.

Para Dani, Siétamo es «el Belchite de Huesca». «Hubo combates de casa en casa, el avance fue muy lento, con muchas víctimas, y los cócteles molotov desencadenaron un incendio», explica el responsable de Primera Línea.

¿Dónde está el negativo?

El original de la foto del niño huérfano con los milicianos, cuyo negativo nunca ha sido localizado, se guarda en el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam, en Holanda. Además, existe una copia en el archivo fotográfico de la Fundación Anselmo Lorenzo, de la CNT.

Su autor, Agustí Centelles (1909-1985), que nació en Valencia y desarrolló su carrera en Barcelona, se hizo famoso con una imagen de un grupo de guardias de asalto que, parapetados detrás de unos caballos muertos, protagonizan un tiroteo en los primeros días de la guerra civil en Barcelona.

Al término del conflicto, Centelles, al que se ha considerado el Robert Capa español, huyó a Francia llevando una maleta con 4.000 negativos de la contienda. En el 2009, el Ministerio de Cultura, desbancando la oferta de la Generalitat de Cataluña, compró a sus herederos, por 700.000 euros, todo el archivo fotográfico del famoso fotoperiodista.