Aun antes de que la noticia de la muerte de Chesús Bernal se extendiese por el hemiciclo, el pleno de ayer, la última sesión de control al Gobierno de la legislatura, tenía un ambiente raro, inusualmente calmado. No faltaban los que hablan cuando no toca -como lamentó en su intervención el presidente del PP, Luis María Beamonte, reconociendo que en su bancada tampoco faltan-, pero en general el tono era relajado. Como tomando fuerzas para dos meses de precampañas y campañas electorales que se prevén intensas por polarizadas.

El mejor ejemplo de ello fue el propio presidente Lambán, que estuvo alejado de los excesos dialécticos de sesiones anteriores. Beamonte no se libró del rejonazo presidencial, en este caso por ser tildado de ser «el líder de la oposición más ausente» e «irrelevante» que ha habido, al haberle pedido apenas una comparecencia durante la legislatura. Pero fue en un tono muy comedido, un relajado tira y afloja sobre las carencias y logros del Gobierno. Lambán defendió que la prórroga presupuestaria «no es un gran quebranto», máxime cuando espera presentar un presupuesto en unos meses, cuando vuelva a ser presidente.

Si el rifirrafe con el líder de la oposición fue suave, qué decir de las intervenciones con las preguntas de otros grupos con los que no conviene enemistarse (más) a las puertas de unos comicios. A Maru Díaz le reprochó solo que Podemos haya «confundido a la sociedad» con el plan de depuración y el ICA, que «ya veremos qué rédito elctoral da» y a Arturo Aliaga le alabó la defensa del PAR de Aragón respecto a España.

También se despidió de Patricia Luquin, que no repetirá como candidata, defendiendo que el PSOE sí ha priorizado el pacto con la izquierda, aunque no haya podido hacerlo todo.