Hacía mucho tiempo que un político español no hacía tanto el ridículo como Carlos Puigdemont, presidente de la Generalidad de Cataluña. Romeva y otros costaleros de la cofradía independentista han sacado en procesión al mesías catalán, en su semana de pasión, por la Vía Dolorosa del imperio Trump.

Pero los nuevos romanos, lejos de rendirse a su predicación, lo han castigado con el látigo de su indiferencia. El mensaje de el Puigdi no ha tenido el menor eco en Estados Unidos, en Europa, tampoco en España. Ningún césar ni cónsul lo ha recibido, escuchado, animado. Seriamente hablando, no lo quiere país alguno, parlamento, república. Lo han exhibido como al bicho raro que es en foros de tercera fila. Y finalmente, en su patética agonía sin esperanza de resurrección le ha llegado en forma de esquela una última encuesta de Metroscopia (publicada ayer por El País), donde lo que queda de la vieja CiU, el actual PDeCat, se hunde en las encuestas. Ni el rechazado (por su propia gente) Puigdemont, ni los inhabilitados Mas y Homs, ni ningún hijo o heredero político de Jordi Pujol volverá a presidir la Generalitat a corto ni medio plazo. La codicia y ausencia de escrúpulos de los fenicios convergentes han abierto camino a Esquerra Republicana, y Junqueras, el antipapa, se va a encontrar con un inesperado bastón, el de la presidencia autonómica, apoyado por Ada Colau.

La alcaldesa de Barcelona y su nuevo partido, Cataluña Sí que es Pot suben a un 16%, lejos del 30% de Esquerra, pero igualando a Ciudadanos y superando el PSOE, anclado en un 13%. La CUP baja unos cuantos puntos, dirigiéndose hacia registros irrelevantes, y el Partido Popular se pega otro batacazo, quedando reducido a un 5%, al borde mismo de su extinción. Nada extraño si analizamos a su líder, Xavier García Albiol, cuyo plano discurso no moviliza ni seduce.

La buena noticia,según el trabajo de campo de Metroscopia, es que el independentismo baja y el autonomismo sube. Que una mayoría de catalanes estaría por aplicar las ventajas del estado autonómico y seguir perteneciendo a España. Que, hay, por tanto, más allá de Puigdemont, un horizonte de esperanza. Para Aragón, Valencia y Baleares, una mayoría autonomista entre nuestros vecinos y amigos catalanes puede ser la piedra filosofal que el Estado andaba buscando,