Durante la década de los sesenta, la construcción de diversos pantanos en las provincias de Huesca y Zaragoza provocó la inundación de miles de hectáreas de tierras de cultivo y dejó completa o parcialmente inundados por las aguas decenas de pueblos aragoneses, cuyos vecinos fueron obligados a abandonar sus casas. Así, en la comarca del Sobrarbe el pantano de Mediano -construido sobre el río Cinca- engulló a la localidad que le da su nombre, y como prueba de aquel forzado ahogamiento, en tiempos de sequía emerge de entre las aguas la torre de su iglesia; fantasmal testimonio de la despoblación rural altoaragonesa; un enhiesto y ahogado grito de campanas robadas cuyo silencioso repique hace preguntarnos por qué pueblo aragonés del valle doblarán la próxima vez.

El caso de Jánovas, también en la comarca del Sobrarbe fue igual de trágico, aunque diferente, por cuanto los vecinos de la población oscense fueron expulsados de sus casas, así mismo derruidas, bajo el pretexto de la construcción de un embalse sobre el río Ara que jamás se construyó. De este modo, en el 2008 los antiguos habitantes de Jánovas consiguieron que les fueran devueltas sus propiedades, y las administraciones central, autonómica y local elaboraron un plan de desarrollo sostenible para su entorno territorial, con el que se pretende la revitalización y restitución de la zona afectada por el proyecto del embalse que nunca se llevó a cabo. Una iniciativa que permitió que en el 2018 volviera a hacerse de nuevo la luz en las casas y calles de Jánovas tras cincuenta años desde el leonino apagón.

No solo en Aragón

Por otro lado, la inauguración en 1960 del pantano de Yesa (así llamado por estar situada su presa en el término municipal de la localidad navarra de su nombre) sobre el río Aragón, dejó inundadas cientos de hectáreas de cultivo en tierras de la provincia de Zaragoza, provocando a su vez el abandono de los pueblos zaragozanos de Escó, Ruesta y Tiermas. Localidad esta última que debe su nombre a su célebre balneario, conocido ya desde época romana, apoyado por un lujoso hotel (El Infanta Isabel, inaugurado en julio de 1908 por la propia tía del rey Alfonso XIII), fondas y salas de baile, para acoger a los millares de bañistas que llegaban todos los años a Tiermas, para disfrutar de sus aguas termales. Pero las frías aguas del pantano de Yesa acabaron sepultando aquel placentero y refulgente paraíso aragonés, transmutándolo en blanquecino óseo páramo. Y aún a finales de la década de los setenta, también quedó parcialmente inundado el pueblo de Lanuza (que lleva el mismo nombre que el del célebre Justicia de Aragón, ajusticiado por Felipe II en Zaragoza el 20 de diciembre de 1591), situado en el valle de Tena, en la comarca del Alto Gállego, muy próximo a Formigal. La construcción del pantano de Lanuza inundó parcialmente esta hermosa población pirenaica con nobles tejados de pizarra, que todos los días refleja señorialmente su bella silueta en el helado vidrio de las aguas que la adormecieron en espera de un beso resucitador, traspasando el cristal de agua para su retorno a la vida, como Alicia a través del espejo.

No fue sin embargo tan solo Aragón la damnificada tierra anegada bajo las aguas de los pantanos. Un caso también paradigmático fue el de la población de Riaño, en la provincia de León, inundada por las aguas del embalse de su nombre, inaugurado en 1987. También sus habitantes fueron entonces expulsados a la fuerza de sus casas y quedó quebrada la voz de las campanas de la torre de su iglesia. Pero como el susurro obstinado en el ensayo de una orquesta que se prepara para el gran estreno, hoy en día tañen de nuevo, anunciando la vida en el monumento El silencio de las campanas en donde se encuentran las de las iglesias del Valle de Riaño, inundado por el pantano.

En su hermosa Canción para un invierno , compuesta en 1976, y dedicada a Teruel, el cantante y escritor turolense Joaquín Carbonell, esculpía esta bella estrofa: Campanas que enlazan / el pueblo y la masada alguna tarde / llamando a funerales. Era la descripción de la agónica realidad rural en la España de entonces y que a día de hoy, aunque matizada por los nuevos tiempos, continúa. Pero algo nuevo y esperanzador está cambiando. Es la ilusión de un mañana mejor que, con la ayuda de todos, aguarda. Teruel Existe, por lo pronto, acaba de dar el aldabonazo en las elecciones generales, y obteniendo un diputado y dos senadores ha puesto a Teruel en el mapa parlamentario de España. Es la campanada del inicio de un ilusionante nuevo tiempo marcado por la solidaridad interterritorial que, ahora sí, una vez encontrado, no podemos perder.