Carlos Escribano ya gobierna el Arzobispado de Zaragoza con una misión clara, según reconoció durante su homilía en la basílica del Pilar tras tomar posesión: «Tender la mano» a las autoridades para acompañar a la ciudadanía en un momento tan complicado como el actual. Por eso anunció que rezará «ilusionado, pero con dolor en el corazón» por las víctimas de la pandemia. Con un rito limitado por las restricciones sanitarias («No está permitido el canto, aunque lo pida el alma», por megafonía en el interior del templo) el responsable de la archidiócesis prometió solemnemente cumplir con sus obligaciones ante la mirada atenta del nuncio apostólico de su Santidad, Bernardito Auza, y el administrador apostólico, Vicente Jiménez, que va a ser arzobispo emérito. Escribano insistió en que afronta su misión «con ilusión a pesar de las dificultades».

El enviado del papa Francisco fue el encargado de leer las letras apostólicas, es decir, la bula por la que el pontífice nombra a Escribano arzobispo de la ciudad. Una vez comprobada su autenticidad, el nuevo arzobispo, con los signos de su dignidad episcopal (la mitra y el báculo), se sentó por primera vez en la sede arzobispal.

En ese momento, los aplausos sonaron en la basílica, repicaron campanas y recibió el saludo una representación de la archidiócesis. Ofreció «esperanza», «escucha» y colaboración «para construir una sociedad más justa» destacando su conocimiento de la Iglesia en Aragón. «Nos encontramos ante unas circunstancias que nos desconciertan y que pueden engendrar en nosotros desaliento y desesperanza», pero también que mueven «a buscar respuestas», donde las circunstancias «se nos pueden presentar como parte de la solución», indicó.

Según detalló en sus primeras palabras a los fieles, regresa a Zaragoza donde aprendió a ser sacerdote --fue párroco en el Sagrado Corazón y de Santa Engracia--, tras diez años de haber sido obispo en las Diócesis de Teruel y Albarracín y la de Calahorra y La Calzada-Logroño. «Los ojos de un creyente pueden encontrar sentido a lo que está pasando», dijo.

Con el objetivo de evitar la propagación de covid-19, el saludo a las autoridades —entre las que han estado presentes el alcalde de la ciudad de Zaragoza, Jorge Azcón; el deán del Cabildo Metropolitano, Joaquín Aguilar; el subdelegado del Gobierno en Zaragoza, Fernando Beltrán; el consejero de Agricultura del Ejecutivo aragonés, Joaquín Olona; el vicepresidente de las Cortes autonómicas, Ramiro Domínguez; la vicealcaldesa de Zaragoza, Sara Fernández, y otras autoridades civiles y militares— fue en el interior del templo, a puerta cerrada, y no en la plaza de la Seo, como marca la tradición, según explicaron fuentes de la diócesis.

CAMARÍN DE LA VIRGEN / Escribano se mostró cercano con los fieles que lo pararon en la plaza, interesándose por la salud de los mismos. En el interior del Pilar algunos fieles se encontraron con el rito solemne de nombramiento mientras oraban en el camarín de la Virgen, espacio en el que Escribano quiso rezar antes de comenzar la ceremonia. «Le deseo toda la suerte del mundo», explicó Concha Almunia. Un mensaje de optimismo que fue replicado por el propio arzobispo en su homilía. «El mejor vino está por venir, a pesar de que el presente se vislumbre oscuro», aseguró evocando el episodio de las bodas de Caná.

Entre los veintidós obispos concelebrantes, se encontraban los cuatro obispos de las diócesis sufragáneas de Zaragoza: Julián Ruiz (Huesca), Eusebio Hernández (Tarazona), Ángel Pérez (Barbastro-Monzón) y Antonio Gómez (Teruel y Albarracín). También estuvieron presentes el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello; setenta sacerdotes, cuatro diáconos y diecisiete seminaristas.