El próximo 6 de septiembre cumple sus primeros 50 años de existencia uno de los edificios más emblemáticos de Zaragoza: la casa consistorial en la plaza del Pilar. Con corazón palaciego, esqueleto de oficinas y piel renacentista se podría definir el edificio concebido en la mente de Alberto de Acha, Mariano Nasarre y Ricardo Magdalena Gayán. Los tres ganaron el concurso internacional de ideas que abrió el camino a lo que hoy se percibe como un diseño arquitectónicamente perfecto. Funcional y solemne y que nada tiene que ver con las antiguas Casas del Puente donde se ubicó durante siglos la institución. A pocos metros de donde está ahora. Y a mucha más distancia de aquel lugar provisional llamado convento de Santo Domingo donde también estuvo más de medio siglo.

Cincuenta años han contemplado la actual casa de todos los zaragozanos. Oficialmente, en el número 18 de la plaza del Pilar, entre la basílica y la Lonja, edificio este último en el que basó su diseño, su altura y su apariencia exterior para darle continuidad a un conjunto arquitectónico al que se pretendía dar visibilidad con un proyecto que fue clave para el actual consistorio. Se llamaba la plaza de las Catedrales, que dio al traste con el sueño de prolongar el paseo Independencia más allá de la plaza de España y desembocar frente a lo que hoy es la Delegación del Gobierno en Aragón. No hace tanto que este rincón mantenía la placa de este paseo.

EN LAS CASAS DEL PUENTE

La casa consistorial ya no tiene la actividad administrativa de sus orígenes, por la descentralización de los servicios y la aparición de la otra gran sede administrativa municipal, el edificio Seminario. Pero no se le puede negar su importancia en la historia de la ciudad y su irrupción en un nuevo corazón de Zaragoza llamado plaza del Pilar que antes de su construcción estaba llena de casas y callejuelas que, como el Tubo, no ofrecían una imagen tan abierta y grandiosa.

Uno de esos inmuebles era el palacio de los Infantes y los edificios contiguos, pegados a la Lonja y a la basílica del Pilar, que el Ayuntamiento de Zaragoza escogió para derribarlos y construir ahí el nuevo palacio municipal. Con su decisión, desterraba la idea de llevar su edificio principal a la actual plaza de los Sitios, antes llamada de Castelar. En 1921, el consistorio reservó una manzana del ensanche de Santa Engracia y encargó, dos años después, a su arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro el diseño de un edificio que, en 1924, presentó con un marcado estilo mudéjar en su fachada y tres grandes torres presidiendo su carácter palaciego.

Estaba llamado a ocupar un lugar de privilegio a pocos metros del Museo Provincial (de Julio Bravo y Ricardo Magdalena), la Escuela de Artes (de Félix Navarro, padre de Miguel Ángel) o el colegio Gascón y Marín (de José de Yarza). Un conjunto arquitectónico de primer orden y en un espacio que fue escenario, en 1908, de la Exposición Hispano Francesa de Zaragoza. Pero tuvo la mala suerte de no contar con dinero suficiente para construirlo y tener que esperar en un cajón tanto tiempo que en 1939 se impulsó la plaza de las Catedrales ideada por el arquitecto municipal Regino Borobio y que dio al traste con este plan.

No era la primera vez que se descartaba un traslado. Poco después de salir del consistorio al convento de Santo Domingo (que acabaría siendo el instituto Luis Buñuel), se pensó en otra parcela. Fue en 1914, cuando se derribó las Casas del Puente , cuando el entonces alcalde Alejandro Palomar planteó sumar a la demolición de las antiguas dependencias municipales la construcción de un nuevo edificio ampliando ese solar hasta las casas del marqués de Ayerbe. Pero no fructificó. Como tampoco lo hizo la idea de permutar ese suelo con La Caridad o trasladar la sede al actual Museo Provincial.

Una de las personas que mejor conoce la historia del edificio es Ricardo Usón, actual responsable de Arquitectura del ayuntamiento, quien explica que pasaron más de 50 años hasta que la casa consistorial de Zaragoza volvió junto a la Lonja y la basílica. Y que no fue sencillo porque el dinero era escaso para este tipo de proyectos. El consistorio se gastó una fortuna en comprar el suelo pero no tenía forma de financiar un proyecto de Acha, Nasarre y Magdalena que surgió de ganar un concurso de proyectos convocado en 1941. Once propuestas de arquitectos de prestigio compitieron en él. Mientras, a pie de calle estaban todavía el entramado de edificios que definían la calle del Pilar que desembocaba en la antigua plaza con el mismo nombre desde la calle San Gil (ahora Don Jaime I) a la que, en la época de las Casas del Puente, se accedía por la medieval Puerta del Ángel, ahora desaparecida.

El alcalde Luis Gómez Laguna fue el impulsor de que el 6 de septiembre de 1965 la nueva casa consistorial abriera sus puertas. Una obra que, oficialmente, costó 18 millones de pesetas y que tardó 20 años en realizarse. Se contrató en 1945 la cimentación y estructura por cinco millones y la primera piedra se puso el 2 de enero de 1946, pero cinco años después, en 1951, se tuvo que parar la obra por falta de dinero dejando el esqueleto del edificio a la vista de todos. Se exhibió inacabada durante nueve largos años con la salvedad de una fachada que el primer edil ordenó ejecutar en 1954, por 2,4 millones de pesetas, por el Congreso mariano que se celebraba en Zaragoza en 1954. Una apariencia con vistas a la plaza y que nada tenía que ver con la desnudez de su estructura mirando al Ebro. Seis años más tarde, se retomó el proyecto para rematarlo. Y cinco años después, en 1965, se inauguró con un traslado desde Santo Domingo que echaba el cierre a aquella sede provisional en Predicadores.

Aunque lo más llamativo de su construcción quizá es un detalle que hoy cobra más relevancia. No se encargó la obra a grandes constructoras. El propio ayuntamiento hizo de contratista para confiar en los gremios y artesanos la realización de unos trabajos que hoy contribuyen a dar solemnidad y funcionalidad, fabricada con las manos de pequeños gremios. Dieciocho en total y, entre ellos, sobresale uno: el escultor, Pablo Serrano, autor de las dos estatuas, de San Valero y el Ángel Custodio, que presiden la entrada principal. Un encargo, este último, lleno de curiosidades, para una nueva casa de todos en un enclave privilegiado que también ha evolucionado. No hace tanto que por la plaza del Pilar se podía circular con coche e incluso aparcar. O que la fuente de Goya eran jardines con las mismas esculturas que hoy siguen viendo el tiempo pasar para la sede de una institución que representa, o debe hacerlo, a todos los zaragozanos.