La pandemia del covid-19 también ha arrasado con la salud mental de la población. A nivel psicológico, los impactos varían en función de lo que cada persona haya experimentado y de cómo responde a ello, pero en la actualidad se da sobre todo la ansiedad y la depresión. «Lo más habitual es la sintomatología ansiosa, también hay bastante de tristeza profunda que puede derivar a un trastorno depresivo», explica la psicóloga Sandra Sánchez.

Otros casos son el enfado o la frustración derivados de la situación, y se dan trastornos como la fobia social, por ejemplo a la hora de relacionarse o salir a la calle, y el trastorno obsesivo compulsivo de limpieza, agravado en estos meses. «La fobia social la encuentro mucho en la población infantojuvenil, niños y niñas que ya vivían con una ansiedad por ámbito social pero que ahora se ha intensificado», detalla la psicóloga.

En otros casos ha aparecido el insomnio, ya que la crisis ha modificado los ritmos de día y noche para algunas personas, que tienen que restaurar lo que se denomina «higiene del sueño» para volver a tener un ritmo circadiano adecuado y poder dormir.

La psicóloga Laura Zapata, que atiende en la asesoría psicológica para jóvenes del Cipaj, confirma que la ansiedad es lo más común entre las consultas, tanto al comienzo de la crisis como ahora, así como los conflictos y relaciones familiares. En su consulta se ha encontrado con el síndrome de la cabaña, o lo que es lo mismo, la ansiedad al empezar a salir de nuevo, «porque se han acostumbrado a estar en casa y esta es su zona de seguridad», razona.

Zapata ha atendido a numerosos estudiantes que se enfrentan próximamente a la selectividad y que han sentido frustración al vivir con impotencia. Es el caso de Marta, una joven zaragozana de 18 años, que ha tenido que lidiar con estrés y la ansiedad. «No he sabido gestionar el hecho de meternos en casa tres meses, la familia, la convivencia… Y al salir ha sido un choque bastante grande», comenta. Ella aprovecha la asesoría desde enero y a raíz de las circunstancias ha aprendido a afrontar algunas situaciones, por ejemplo el hecho de ir al supermercado. Y sobre todo a saber que hay que escucharse a una misma.

«He ido cambiando la forma de pensar, hemos trabajado el pensamiento, de cambiar los de tipo intrusivo y negativo», apunta. También ha conseguido normalizar ese estrés y ansiedad «que tan agudizado tenemos y que nos provoca el miedo», dice.

La presidenta del Colegio Profesional de Psicología de Aragón, Lucía Tomás, cree que es un poco temprano para ver los efectos de la pandemia. «La gente está en el proceso de adaptación a esta nueva realidad, intentado recuperar la actividad laboral», defiende. Según Tomás, el miedo se vive de formas distintas y hay un abanico de respuestas muy diferentes. «Influye la edad, si las personas han tenido algún contacto personal o algún familiar con la enfermedad», ejemplifica.

A través del teléfono de atención psicológica gratuita que puso en marcha el Colegio, que ha durado 10 semanas y ha recibido más de 1.500 llamadas, se han atendido a personas afectadas en gran medida durante la crisis, por ejemplo aquellas con enfermedades crónicas previas, personas que se han contagiado, las que tenían familiares en residencias, las que han perdido un ser querido, que se han quedado sin trabajo e incluso sin ingresos o personas que viven en situaciones muy precarias.

Asimismo, la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental (Asapme), que trata a adultos y niños con trastornos mentales graves, como puede ser la depresión mayor, la esquizofrenia, el trastorno bipolar o los trastornos de personalidad, ha observado que las personas que acudían al centro habitualmente tienen más recursos emocionales y personales, «aplican en casa las técnicas que aprendían y realizaban en el centro de rehabilitación y han llevado el confinamiento mejor de lo que esperábamos los profesionales», manifiesta Ana López, médico y gerente la asociación. Algo que han constatado también con otros profesionales, como psiquiatras de atención en régimen de ambulatorio u hospital.

Además, se han encontrado con que aquellos pacientes afectados por enfermedades mentales que tienen una brecha digital (no tienen acceso a internet o no tienen ordenadores) no han podido sumarse a las actividades que han llevado a cabo durante el confinamiento a través de vías telemáticas. Y han comprobado que las personas que no están en los programas de rehabilitación lo han acusado mucho más, «han sufrido bastante más, con incertidumbre, miedo al contagio, al no tener unos hábitos diarios y romper la rutina», especifica. También han desarrollado un mayor impacto emocional con incluso situaciones de agravamiento del curso de su enfermedad.

Por otro lado, López concluye que no todo el mundo va a tener efectos en su salud mental. «El ser humano tiene capacidad de salir adelante. Es lo que se llama resiliencia», dice. «La población tiene muchos recursos emocionales para hacer frente a estas etapas», defiende.