«Y ahora, para subir, aprieta la tripa a las piernas». Podría parecer fácil, pero una competición en silla de ruedas es todo un reto para las personas no acostumbradas. Por suerte, los voluntarios de Discapacitados Físicos de Aragón (DFA) están cerca para ayudar. La Carrera del Gancho, por primera vez en 14 ediciones, tuvo ayer como temática las competiciones deportivas. «Mucha gente tenía una idea equivocada sobre nosotros», bromeaba uno de los miembros del equipo de organización, Luis García, perteneciente a Undo Estudio.

La plaza de San Pablo se llenó ayer de banderas geométricas y pistas deportivas trazadas con cartones, tiza y cintas de colores. Varias decenas de colectivos se unieron una vez más para poner en marcha una «competición improbable» en la que prima la sorpreza, la inclusión, lo inesperado y las buenas relaciones. Los primeros en acudir a la prueba de encestar reciclaje o a la escalada de pirámide alimenticia son los propios vecinos. Pero durante la tarde llegó gente de toda la ciudad. «Posiblemente sea el único lugar de Zaragoza en el que puedes pasar todo el día sin gastar un solo euro», recuerda García.

Roberta es una de las voluntarias que animan a los niños a participar en las pruebas. Ataviada como una improbable mezcla de payasa y deportista trata de vencer a una niña en un reto que mezcla las botellas de plástico con las dianas.

Actuaciones musicales

Con el auspicio de la fundación Federico Ozanam, el centro de tiempo libre Cadeneta y el Plan Integral del Casco Histórico, las actividades infantiles se mezclaron con las comilonas, las actuaciones de teatro y un puñado de conciertos musicales, algunos surgidos de la Casa de la Juventud del barrio. El objetivo de fondo, según García, es el de «promover la convivencia intercultural y la cohesión social».

La colaboradora Marta Victoria trataba de poner orden en un juego de cartas gigante. «Los visitantes son muy variados y, además, pueden conocer múltiples asociaciones», destaca.

El calor es sofocante, pero a los niños que juegan parece no importarles demasiado. Tampoco a los invitados que salen de una boda celebrada en la iglesia de San Pablo y que de forma no tan improbable se suman a los juegos.