En el tiempo y en el espacio. Tal parece ser una de las actuales tendencias en gastronomía. Productos de cercanía, sin desdeñar otros más lejanos, y también de temporada, cuando se encuentran en sazón, abundantes y más baratos.

Una tendencia que nació en California y se ha extendido por el resto del mundo, auspiciada por movimientos como Slow Food, soberanistas alimentarios, ecologistas, etc. En realidad, una vuelta a la alimentación tradicional, que explotaba los productos del entorno y, solo de vez en cuando, se permitía alegrías en forma de viandas lejanas.

Tiene su lógica y su sentido, pero también sus trampas. La primera de ellas derivada de la falta de formación de numerosos cocineros, que siguen sin saber que todavía no se comercializan cebollas de Fuentes DOP o melocotones de Calanda y, sin embargo, alegremente los incluyen en sus cartas. Errores no desmentidos por unos consumidores que desconocen el tiempo de sazón de los alimentos.

Haberlos haylos. ¿Tenemos tomates? Sí, pero de invernaderos aún. Mientras han despreciado el efímero placer de disfrutar de los guisantes frescos o los bisaltos, que se van para no volver hasta el próximo año. Basta pasearse por el Mercado Central para comprobar la exigua oferta de productos de temporada. Y sí, ahora toca comer espárragos, que ya están en su sazón. Y no escribamos ya de carnes o pescados. Pues no es lo mismo una sardina de invierno que otra de verano, con distintos engrasamientos y diferentes sabor y textura; ni sabe igual el ternasco en Pascua que al final del verano.

Vamos perdiendo la relación con el mundo natural, que tiene sus ritmos, nunca asociados a las necesidades de los urbanitas. Sin embargo, sabia como es, produce en cada momento los alimentos que necesitamos, con más líquidos en verano, más contundentes en verano.

Si perdemos tanto tiempo en verificar las características de nuestro nuevo móvil, malo será que no indaguemos en qué toca comer en cada fecha. Su vitalidad lo agradecerá.