Hace unos años quiso participar en el reto de exponer su tesis doctoral en apenas tres minutos. Se presentó, pero se quedó «prácticamente en blanco», recuerda. Aquella mala experiencia, lejos de desmotivar, impulsó a la investigadora Isabel Iguacel a seguir adelante y lo consiguió: el próximo 17 de mayo competirá en la final nacional de monólogos científicos.

«Esa sensación de no saber por dónde tirar, delante de tanta gente, no me había pasado nunca. Jamás he tenido miedo escénico y me había preparado un resumen del trabajo en tres minutos, pero no salió como esperaba. A raíz de ahí, me apunté a los talleres para divulgar la ciencia con humor y eso es lo que me ha llevado hasta aquí», explica Iguacel. La joven trabajo en el grupo Crecimiento, Nutrición y Ejercicio Físico (Genud) de la Universidad de Zaragoza y estudia Medicina. «Mucho tiempo no tengo, pero me tengo que meter caña ya porque queda un mes o así. Practico delante de mi novio, de mi familia... A veces en la ducha o mientras voy en bici me viene la inspiración de qué hacer o cómo», dice.

Un mensaje que llegue

La semifinal la ganó con su monólogo Redes de salud, en el que explicó la importancia para la salud de las redes de apoyo social como familiares y amigos con los que realmente «podrías contar en situaciones de verdadera necesidad», dice. «En mi investigación estudio las desventajas sociales, como la inmigración o la falta de prestaciones económicas, y como ellas afectan a temas de salud, dietas o deporte», explica.

De momento no sabe qué temática utilizará para el monólogo de la final, que se celebrará en Madrid. «Tengo varias cosas en mente. Trabajo la desigualdad en la salud, una psicología más experimental, y de ahí saldrá algo. Mi objetivo, más allá del humor, es que la gente piense, me entienda y reflexione sobre el mensaje que yo transmito. Obviamente si hay un feedback, mucho mejor, pero mi meta es conseguir que se quede con ese runrún», dice.

Iguacel, mediante ejemplos cotidianos, quiere entrelazar una historia que, durante «unos cuatro minutos», llegue. «Nos empeñamos en ser políticamente correctos y se pierde muchas veces el sentido, la gente no nos entiende», cuenta. «Cuando yo estaba en el colegio pensaba, a veces, lo fácil que seria explicar alguna cosa de otro modo; también en la universidad creía que con otro lenguaje los alumnos lo comprenderíamos mejor», añade.

Iguacel, que habla inglés, francés, portugués e italiano, acudirá a Madrid con la meta de «disfrutar» de la experiencia. «Que salga lo que salga, pero tengo claro que voy a vivir el momento», explica. Se ha preparado para manejar el escenario, los movimientos sobre él, las técnicas de expresión.

Atrás queda aquella mala experiencia de tres minutos con su tesis. «No me esperaba llegar hasta aquí. Estoy orgullosa de representar a la Universidad de Zaragoza y también lo estoy de ser mujer científica, de difundir la divulgación», afirma. «Las niña deben ver a científicas que llegan lejos, que consiguen cosas. La referencia de un científico siempre es un hombre, es lo primero que viene a la mente cuando una persona piensa en esa figura», explica.

Ese reto de cambiar el día a día de la ciencia y la mujer se une, ahora, al humor. «Debe cambiar la perspectiva social, pero si además conseguimos hacer reír con la ciencia, mucho mejor. Parece que el papel del humor se asocia al hombre, porque se cree que él reir más que una mujer, pero estamos aquí para romper tópicos», puntualiza.